jueves, 31 de diciembre de 2015

Balance y cuenta de resultados

Cierto que cualquier momento es bueno para hacer balance y agradecer profundamente a la vida por las circunstancias a las que nos ha sometido y las personas a las que ha puesto en nuestro camino. Pero este día es especialmente propicio para hacerlo, puesto que despedimos un año y recibimos otro nuevo.
Si dejo de lado las cosas que me han sucedido y me centro en mi estado interno, sinceramente, no puedo estar más satisfecha, puesto que acabo este año habiendo adquirido ciertas capacidades que, para mí, eran muy importantes. Fundamentalmente la aceptación:  la virtud de poder recalcular el recorrido, como el gps, cuando las cosas no salen como esperaba, el abandono de la lucha encarnizada contra la vida para que las cosas salgan como yo quiero. Así soy mucho más feliz, adaptándome a lo que me va ocurriendo y que sé que no tiene remedio, aceptando que, a veces, ganamos y nos salimos con la nuestra y, otras, la vida se impone y nos da lecciones brillantes. 
Este año ha sido movido, han ocurrido muchas cosas, ha habido cambios muy importantes y, algunos, hubiera preferido que no sucedieran pero yo, con todo, a nivel interno, soy más feliz, estoy más calmada, más estable, observando lo que va aconteciendo para ver cuál es mi aprendizaje. Segura de que todo esto me lleva a convertirme en la persona que me encantaría ser, convencida de que todo lo que pasa va en esa dirección,  en ir eliminando de mi mente los obstáculos que yo misma me iba colocando y que me impedían ser completamente feliz.
Así que, mi agradecimiento profundo a este año que termina y que el que empieza venga cargado de paz y amor.
¡FELIZ AÑO A TODOS!

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Figuritas

Me fascina esta historia, como me fascina la gente valiente que, pasando de todo y de todos, se centra en lo que de verdad ama: "Winston & Strawn es un bufé de abogados fundado en Chicago hace siglo y medio y que hoy cuenta con sedes en tres continentes. Una de sus jóvenes promesas a principios de la década del 2000 era Nathan Sawaya. Nacido en Colville, Washington, Sawaya había terminado estudios de derecho en la universidad de Nueva York y allí vivía trabajando doce o catorce horas diarias en el departamento corporativo de la firma. La mayoría de sus colegas prefería liberar la tensión del día en el gimnasio o entre copas, pero Sawaya huía a su apartamento y se encerraba a pintar o esculpir en arcilla. Insatisfecho con el material, insatisfecho en general, intentó también trabajar las esculturas en alambre y por un tiempo elaboró mosaicos con caramelos de colores." ..."Trabajaba entre 12 y 14 horas diarias hasta que, un día, decidió dejar su trabajo para dedicase a su verdadera pasión: hacer figuras de Lego"
Me imagino la cara de sus padres, de sus compañeros de despacho, de sus clientes, de sus amigos... el día en que les comunicó que lo dejaba todo para hacer figuritas con los Lego. Ya ves, nada más y nada menos que figuritas de Lego. A ver cómo se digiere eso. Apuesto a que todos pensarían que se le había ido la cabeza, que se había vuelto idiota. Porque cuando uno se sale de la norma, cara a los demás parece idiota, un iluminado, un irresponsable... 
Pero mira tú por dónde, después de ir dando tumbos pintando en arcilla, haciendo esculturas con alambres, creando mosaicos con caramelos y demás, este hombre ha triunfado con los Lego y sus exposiciones gustan mucho y sale en las noticias en España y es famoso. Pero, sobre todo, hace lo que le apasiona y ha tenido el coraje de mandar a tomar viento su trabajo, la opinión de los demás y los convencionalismos. Se ha dado el tiempo necesario para indagar qué es lo que realmente quiere y no ha desistido hasta que lo ha encontrado. 
Cuando ayer lo vi en la tele, me admiró muchísimo pero me puse a pensar en el hecho de que esta decisión la tomó en el 2000 y hasta 2011 nadie le invitó a que expusiera su obra. Es decir, tuvo la santa paciencia de perseguir su sueño durante 11 años sin más, solo porque amaba lo que hacía.
Cuando sabemos de él, ya es famoso, ya expone, ya es un referente. Pero me encantaría que me contara cómo ha vivido esos 11 años, creando figuras sin más, sin esperar nada a cambio. Porque eso es lo que realmente me admira, esa capacidad de poner pasión en las cosas solo para ti, sin esperar a que los demás te lo reconozcan, dejando de lado todo lo demás: tu posición social, tu dinero, tu estatus, la valoración de los demás. Quien es capaz de hacer eso, es grande. 
Normalmente, cuando vemos esto en los demás, nos admira, nos da una especie de envidia incluso, nos encantaría ser así. Pero queremos empezar por el final, queremos dejarlo todo para, pasado mañana, haber triunfado. Nos queremos cambiar por esta gente pero sin pasar por todo lo que ha pasado esa gente, algo rápido, instantáneo. 
Y claro, no es así. El camino no tiene por qué ser fácil ni corto. Y entonces nos asaltan las dudas y creemos que no lo lograremos porque, de repente, se nos olvida que no hay ninguna meta que conseguir, que la meta es hacer lo que nos apasiona, sin resultados, sin tener que agradar a nadie, sin premios, sin nada de nada, más que nuestra pasión. 
He aquí la escultura que, según él, representa ese cambio de mentalidad. Para mí, es abrirte a escuchar a ese guía que llevamos dentro.



miércoles, 23 de diciembre de 2015

Para, que yo me quedo aquí.


Ayer hablaba con un amigo acerca del esfuerzo que ponemos a veces en que una relación salga adelante. Está claro que no se trata de tirar la toalla a la primera de cambio pero es curioso cómo, a veces, nos empeñamos en mantener una relación en la que, a todas luces, no somos felices. Y no digo que sea la relación la causante de nuestra infelicidad, claro, sino que es más bien al revés, no nos sentimos felices y plenos y atraemos relaciones que no hacen sino demostrarnos cómo estamos a nivel interno.
Aquí está el meollo de la cuestión, en la infelicidad que traemos de casa, en esa sensación de que somos seres incompletos y de que hallaremos fuera eso que, por fin, nos completará y que nos hará felices y comeremos perdices. 
Pues no, nada que ver. 
Desde este estado de carencia, de necesidad y de ser incompletos no podemos atraer nada sano, no podemos tener una relación fluida, sin miedos ni malos rollos, puesto que nadie va a darnos lo que creemos que nos falta. Así, solo atraeremos personas que nos harán sentir más desdichados todavía y, pese a que las culparemos de nuestras desgracias, nos quedaremos con ellas, nos conformaremos con lo que estimamos que son migajas, puesto que no creemos merecer más. Una de cal y otra de arena y ya estamos entretenidos. 
Incluso, en ocasiones, a este fenómeno que consiste en estar un día en la cresta de la ola y al día siguiente en lo más profundo del océano, lo llamamos "sentirse vivo". Y esa sensación engancha. Mucho. 
En un momento dado conviene decir basta, paso de esto, aquí me quedo. Y recogernos, volver a casa y estar con uno mismo, darnos nosotros mismos lo que buscamos desesperadamente que nos den de fuera para así podernos relacionar, por fin, sin mendigar, sin poner nuestra felicidad en manos de nadie, desde la absoluta libertad y responsabilidad. 
Porque somos los únicos responsables de todo lo sentimos y de las experiencias que vivimos dado que, en última instancia, las estamos permitiendo. 
Lo he oído decir muchas veces pero es de las verdades más absolutas que conozco, nunca nadie nos va a amar ni vamos a poder amar a nadie si no nos amamos y nos respetamos a nosotros mismo antes. Imposible.

martes, 15 de diciembre de 2015

¡Salta!

Hace unos veranos nos fuimos a bañar a un río en el que había una piedra que estaba a una cierta altura y desde la que las personas se tiraban al agua. La verdad es que la sensación era muy divertida, no diría agradable ni tampoco daba miedo, era muy divertida. 
Nos fuimos tirando todos, por orden. Teníamos entre 8 y 43 años y nos lo estábamos pasando súper bien. Pero había un niño, adolescente, que no se quería tirar, tenía miedo. Y empezamos todos a explicarle que no pasaba nada, que mira cómo todos nos estamos tirando, que es chulísimo, ya verás... Y lo convencíamos, de verdad que lo convencíamos. Pero, en cuanto se asomaba al vacío, era incapaz de tomar impulso y saltar. Y otra vez vuelta a empezar: mira cómo todos nos estamos tirando, que es chulísimo, ya verás... Y se volvía a asomar, convencido de que esta vez sí, pero volvía a recular. Hasta que alguien lo ayudó, lo cogió de la mano y se lanzó con él, permitiéndole vivir esa sensación de vacío. Y al adolescente le gustó, le gustó muchísimo y vio que no pasaba nada, que era chulísimo. Pero hemos vuelto a ese río varias veces y nunca ha podido saltar él solo. De hecho, no ha vuelto a hacerlo. 
El caso es que el miedo es una emoción y, por lo tanto, es imposible vencerla razonando. Ya nos pueden explicar que no pasa nada, que menuda tontería, que no tiene sentido...Lo mismo nos da. De hecho, nosotros, a nivel consciente, todo eso ya lo sabemos, por mucho que nos lo repitan la cosa no va a cambiar. 
El miedo, esa emoción que nos paraliza y que nos impide tomar decisiones que nos gustaría tomar, de la única manera que se vence, es ignorándolo. Solo podemos actuar como si no existiera, hacer las cosas independientemente de él, atrevernos, traspasarlo. 
Entonces nos damos cuenta de que, en nuestra imaginación, todo era mucho peor, de que la realidad no era para tanto, de que vaya chorrada la que nos tenía paralizados y de que, de haberlo sabido antes...
Vale la pena saltar, siempre, a veces con prudencia, eso sí. Nunca es para tanto. La realidad nunca es tan complicada como nos la montamos.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Bajar al sótano


En las pelis que me gustan de hechos reales (y no tan reales), ésas que hacen los fines de semana después de comer y que miro en "modo avión", suele haber casas muy bonitas y acogedoras, casas en las que la gente es aparentemente feliz y donde reinan la armonía y la estabilidad. Esas casas suelen estar habitadas por personas de todo tipo, hay gente afable, hay gente huraña, pueden ser jóvenes, viejos, viejóvenes... lo mismo da. 
Debajo de todo ese idilio, suele haber un sótano. Un sótano que da miedo, lúgubre, tenebroso, oculto, aparentemente olvidado, tanto que a veces ni tiene luz y hay que bajar con linterna. Allí se acumulan el polvo y todos los trastos inútiles que uno no quiere, que nunca va a recuperar, pero ahí están. Nadie pasa nunca por allí, parece que no forme parte de la casa. 
En el sótano es donde se cuece todo el percal. Ahí es donde el asesino en serie esconde los cadáveres, donde aparecen las fotos que lo explican todo, donde se guarda el arma del crimen... Ahí es donde suele morir el sheriff cuando entra a fisgar, porque el dueño de la casa no consiente que nadie se asome; no en vano, al abrir la puerta, tras el típico chirrido de las bisagras, lo primero que vemos son unas escaleras empinadas que nos advierten de la gravedad del asunto. 
Es la parte de la casa que más miedo da, es la sombra que todos tenemos debajo de tanta apariencia de felicidad.
Tarde o temprano, creo yo, hay que armarse de valor y adentrarse a desempolvar todos los recuerdos, sobre todo los dolorosos, recoger los cadáveres y recuperar las armas. Y sacarlos a la luz y, de ahí, al contenedor (en el caso de los cadáveres, mejor una sepultura digna, algo más respetuoso que un contenedor verde). 
Sin embargo, en el sótano, en medio de toda la mierda, también está la inocencia que un día fuimos y que hemos olvidado, el amor que hemos negado que somos por miedo a que nos hagan daño, la confianza que hemos perdido, la capacidad de sorprendernos por cualquier cosa... Todo eso que éramos capaces de sentir y que hemos ido ahogando y reprimiendo pensando que nos acabaría envenenando. 
Siempre llega el día en que hay que bajar al sótano, en soledad, en absoluta soledad, para hacer inventario, mirar todo lo que hemos ido dejando allí, recuperar lo que nos sirve y tirar, sin apegos, lo inútil; para deshacernos de los cadáveres que han ido quedando por el camino; para destruir las armas que hemos guardado por si acaso un día las necesitábamos; para poner orden y dejarlo todo bien limpio, colocar bombillas y empezar a integrar esa zona en el resto de la casa, convertir ese cuarto de los horrores en parte del hogar.
A mí, hace unos días, me llegó la hora de bajar al sótano. 

martes, 1 de diciembre de 2015

No pudo ser y no fue. Y sin embargo...

Me queda la alegría de haberlo hecho lo mejor posible, era imposible pedir más porque no tenía más que ofrecer. Todo lo que soy es todo lo que di. De momento soy eso.
Me queda la satisfacción del camino recorrido, de saber que ha valido la pena, que ha sido un aprendizaje único para mí, nunca antes había aprendido tanto. 
Me queda la gratitud del que sabe que ha recibido lo máximo que le podían dar, no había nada más que dar. 
Me queda la experiencia de ser feliz en mitad de la tristeza (he conseguido aprender que la felicidad es una calma sostenida, no un pico de alegría).
Y, sobre todo, a mí, me quedan muchos recuerdos, bellos recuerdos y un enorme regusto a amor. 


lunes, 30 de noviembre de 2015

De amor y de miedo.


Siempre se nos ha dicho que lo contrario al amor es el odio, pero yo creo que no, creo que lo opuesto al amor, aquello que nos impide amar, es el miedo. Es el miedo lo que nos provoca infelicidad, lo que nos saca de la paz, disfrazado de mil formas distintas.
Cuando me reprimo y, si no me das, no te doy, tengo miedo. Tengo miedo a abrirme, tengo miedo a salir perdiendo, a que tú salgas ganando. Y eso no es amor, es mercadeo. Si fuera amor, cuando ganaras tú, ganaría yo.
Cuando te reclamo, cuando te exijo una (o unas) determinada conducta y te culpo de mi infelicidad y pongo mi vida en tus manos, tengo miedo. Miedo a hacerme responsable de mi vida. Y eso no es amor, es necesidad, es dependencia.
Cuando estoy pendiente de todo lo que haces y de cómo lo haces, como un buitre al acecho, esperando a ver dónde fallas para saltar sobre ti y recordarte lo mal que te comportas, tengo miedo. Miedo a ser menos que tú, miedo a que te des cuenta de que eres mejor que yo y me dejes. Entonces, te recuerdo lo mal que lo haces, te machaco por tus fallos, tus incapacidades. Y eso no es amor, eso es rivalidad.
Cuando siento celos cada vez que atiendes a otro más de lo que me atiendes a mí, sea quien sea el otro, tengo miedo. Miedo al abandono, miedo a no ser una prioridad en tu vida, miedo a que me quiten el puesto que creo merecer. Y eso no es amor, es una enorme necesidad de sentirme especial.

Sin embargo, cuando dejo que todo fluya, cuando me abro a dar y a recibir, cuando dejo de poner el foco de atención en todo lo que creo que me falta, en todo lo que creo que no es como debiera, cuando te permito ser tal cual eres y te amo solo por ser, por existir, entonces, ya no hay miedo. Desde ahí no necesito controlarte, no te exijo nada, no siento celos, no negocio contigo, no me reprimo. Solo me abro a darte y eso me basta para ser feliz, porque entiendo que somos uno y que, dándote, me doy. Entonces, solo el hecho de verte feliz, me hace feliz. 
Y esto sí es amor.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Decir adiós


Cuando una persona llega a nuestras vidas, es para enseñarnos algo, siempre es para enseñarnos algo. El tiempo que permanezca a nuestro lado estará en función de la disposición a aprender juntos. Puede que dure toda la vida, puede que no. Pero si llegamos a un punto de estancamiento, si llega ese día en que vemos que no, que ya no, que hemos dejado de aprender el uno del otro para pasar al ataque frontal, a las acusaciones, a considerar al otro un rival en lugar de un compañero de viaje, es mejor decir adiós. Aunque duela, aunque esa decisión nos destroce por dentro, aunque sintamos que nos han arrancado una parte de nuestro corazón. 
Con todo y con eso, es conveniente dejar ir cuando llega ese momento, entender que lo que nos une es miedo, necesidad, apego... o amor, incluso si hay amor. Sobre todo cuando hay amor, pues es una muestra de amor infinito hacia la persona que sale de nuestras vidas (y hacia nosotros mismos) el darnos la libertad para dejar a un lado la insatisfacción, la rabia y la necesidad que reinaba en la relación. 
Lo ideal es hacerlo de manera amorosa, pero hay veces que es imposible. En ocasiones necesitamos provocar un conflicto tan insoportable que nos permita aferrarnos a él como excusa para hacer saltar todo por los aires. Y se pierden las formas. Y se odia. Y se grita. Y se falta al respeto. Y se demoniza al otro. Y acabamos convencidos de que ha sido todo una pérdida de tiempo enorme, de que nos han estado tomando el pelo y manipulando y de que nada ha valido la pena. Pero esto no deja de ser una coraza para evitar el sufrimiento de la pérdida. Detrás de la coraza encontraremos lo de siempre, una petición de amor. Una desesperada petición de amor.
Así de duro es, a veces, decir adiós.


lunes, 23 de noviembre de 2015

¡Pasajeros al tren!


Todos tenemos en nuestro bolsillo un billete que nos lleva, sin escalas, a la felicidad. 
Sin embargo, nadie (o casi nadie) hace uso de él. ¿Por qué? Pues porque a ese tren hay que subir sin equipaje, ligeros y eso da mucho miedo. 
En el último encuentro salió esta pregunta, muy interesante e imposible para mí de aclarar racionalmente. No tengo ni idea de por qué da tanto miedo, aún a sabiendas de que es la única manera de encontrar la paz. Solo sé que, para alcanzar la felicidad, es preciso soltarlo todo, abandonar la creencia de que hay algo externo a nosotros que nos esté aportando esa felicidad que anhelamos.
Racionalmente está claro que es así: si creemos que la felicidad nos la proporciona algo concreto, en el momento en que perdamos ese algo, dejaremos de ser felices. De hecho, soltándolo todo soltamos la idea de pérdida, sobre todo soltamos la idea de pérdida. Mientras sintamos que podemos perder algo, viviremos con miedo y angustia. Cierto que habrá momentos de tregua, instantes de felicidad, pero la sombra de la posibilidad de perderlo todo planeará sobre nuestras cabezas.
Por eso este tren se nos escapa una y otra vez, porque hay que ser muy valiente para estar dispuesto a dejar atrás nuestros apegos, esas cosas que hasta hoy nos han dado identidad. Por eso seguiremos prefiriendo vivir con miedo, porque nos contentamos con las migajas de euforia que se nos regalan cuando todo sale como esperábamos. Porque el riesgo a quedarnos vacíos nos aterra. Porque no confiamos en nosotros mismos y sí en lo que hay afuera.
Lo bueno es que este tren pasa todos los días a todas horas, así que siempre podemos decidir, cuando nos sintamos preparados para ello, cogerlo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Molaría

Siempre me parto cuando alguien compara alguna sensación (placentera, por cierto) con estar en el seno materno, como si alguno se acordara de lo que se siente en el seno materno. Sin embargo, hay algo que me fascina del feto y es esa manera tan perfecta y natural de dejarse llevar y de confiar.
La necesidad de controlar es la hija del miedo, dice Jorge Lomar. Y ahí está el feto, ajeno a todos los percances, ajeno a los peligros, ajeno a la cantidad de posibilidades de que algo salga mal.
Ahí está, solo, nadando en el líquido amniótico, tan tranquilo, con la seguridad absoluta del que sabe que tiene todo lo que necesita. Nada le preocupa. No está pendiente de que cada cosa se coloque en su lugar, no está dirigiendo el proceso de gestación. Simplemente, está, se hace presente, se deja llevar. Sin miedo, sin ansiedad, que sea lo que tenga que ser. Aún cuando las cosas no salen del todo bien, aún cuando hay malformaciones, da lo mismo. El nivel de ansiedad es nulo.
Así me gustaría vivir, con esa confianza en que todo va a salir bien, todo se va a acabar colocando en el lugar correcto, con ese aplomo del que sabe desde siempre que no controla nada, que no hay nada que controlar, que es absurdo dejarse la piel en empeñarse en que todo tenga un forma concreta. 
Así me gustaría pasar el tiempo, dejándome llevar, aceptando cada instante tal y como es. Sin ansiedad, sin la locura de quererlo tener todo atado, de trazar un plan para cada situación (un plan A, un plan B y un plan C, por si fallan el A y el B)
Quiero ser como un feto, sí, con esa inocencia tan pura. Quiero dejar de agobiarme, limitarme a estar presente, a vivir sin miedos, a comprobar que todo encaja sin necesidad de lucha, quiero dejar de empeñarme en nada, solo vivir mi experiencia, sea la que sea. 
No sé vosotros, pero yo veo imágenes de un feto y lo que primero me viene a la cabeza es la sensación de paz y de confianza. ¿Qué más se puede pedir?

martes, 3 de noviembre de 2015

Agradecer en presente de indicativo

Acostumbrados a evadirnos del presente, nos cuesta encontrar motivos para estar agradecidos. TODO es motivo de agradecimiento, porque cada cosa que ocurre, por molesta que sea, forma parte de nuestra vida y la vida es, en sí, motivo de agradecimiento. Pero eso no lo sabemos hasta que se convierte en pasado. Entonces es cuando vemos que, hasta lo más tonto, es grandioso. Entonces es cuando aprendemos a valorar todo lo que hasta el momento hemos desechado o despreciado. Pero para eso, muchas veces, necesitamos un Tsunami.




lunes, 2 de noviembre de 2015

Este bolsillo roto


¿Sabes esa sensación de vacío, esa sensación de vacío enorme, de que nada va como debiera, de que todo sale mal, de que cada vez que va a pasar algo "bueno" se te escurre de las manos?
(Vacío: Falta, carencia o ausencia de una cosa o persona que se echa de menos.) 
Sé cómo y cuándo se desencadenó, sé que fue una chorrada sin importancia, pero caí en la trampa y, a partir de ese momento, las cosas que me han ido ocurriendo parece que me quisieran hacer ver que sí, que últimamente todo va mal, que el mundo se ha confabulado en mi contra.
Por supuesto que no es la primera vez que lo siento, por supuesto que no va a ser la última, esto lo he sentido mil veces y aún recuerdo cuando pensaba que se podía llenar, que tenía que huir de esta sensación con otras sensaciones supuestamente placenteras pero igual de falsas. 
Sin embargo esta sensación es un bolsillo roto, ya puedo quererlo llenar que seguirá vacío.
Ahora, con más de 40 años a mis espaldas, sé que no hay nada que hacer, más que sentir esto que estoy sintiendo y esperar a que, como el humo del tabaco, se difumine para acabar desapareciendo. Sé que, precisamente, lo que no debo hacer es buscarle solución, pretender entender qué es lo que me falta, qué ha provocado todo esto, puesto que eso es lo que le otorga realidad y es absurdo tratar de solucionar un problema que no existe. De hecho, cuando me he enredado en la historia, me he sentido incapaz de averiguar qué es lo que siento que va mal, qué es lo que quiero, como cuando abro la nevera sabiendo que me apetece comer algo pero no sé el qué y nada de lo que hay dentro me satisface.
Así que, de momento, esta sensación me acompaña, sin resistencias, aceptando que, de momento, es lo que hay y que es absurdo que me resista a lo que siento. 

viernes, 30 de octubre de 2015

Tener expectativas es limitarse


Además de ser la principal causa de infelicidad, la decepción y otros tipos de sufrimiento, creo que no somos conscientes de lo que nos auto-limitamos cada vez que nos creamos expectativas.
Si esperamos algo determinado y dependemos de que ocurra para ser felices, estamos negando el sinfín de opciones que no coinciden con nuestro deseo, rechazándolas de pleno. 
Es como el niño que dice "no" a la comida por su aspecto sin haberla probado antes, solo porque opina que no le va a gustar.
¿Y si nos abriéramos a la posibilidad de dejar de exigirle a la vida una forma determinada? ¿Y si dejáramos de lado el miedo a lo desconocido y probáramos otras cosas, aún sin haberlas planeado previamente? ¿Y si soltáramos la necesidad de control, de seguridad, de manipulación y, como única meta, aspirásemos a ser felices con cada experiencia vivida? ¿Y si dejáramos de nadar contra corriente entendiendo que, tarde o temprano, vamos a tener que abandonar la lucha porque contra la corriente no se puede luchar eternamente? Desgasta, siempre desgasta y tenemos las de perder.
La vida sería mucho más fácil y llevadera. 

viernes, 23 de octubre de 2015

¿Por qué lo llamamos amor cuando queremos decir cualquier otra cosa (menos amor)?


"La maté porque era mía", "quien bien te quiere llorar te hará", "no hay amor sin celos ni celos sin amor", ... he aquí la evolución del concepto amor. 
Nada de esto es amor, pero hemos conseguido creérnoslo. Hemos llegado a un punto en que vemos normal, en cualquier tipo de relación, pero sobre todo la de pareja, controlar lo que hace, dice, piensa o siente el otro. En nombre del amor, claro.  
El amor no duele, el amor es amor y, como tal, solo nos puede aportar paz y felicidad. 
Si duele, no es amor, es apego, es exigencia, es necesidad de control, de que el otro, ése con el que estoy relacionándome, llene los vacíos que creo tener. 
Si duele, es separación, es una relación mercantil en la que yo te doy y tú me das (mejor dicho, yo te doy para que tú me des, no por el placer de dar). Y te doy aunque no quiera darte, porque así te podré luego exigir. Y ojito con no darme, porque entonces sufriré, te culparé, te dejaré de hablar o te manipularé hasta que te sientas lo suficientemente mal como para que vayas, la próxima vez, con pies de plomo, en tensión, cuidando mucho lo que dices y lo que haces. 
Si duele es porque he puesto mi felicidad (ésa que no alcanzo por mí misma) en tus manos y, a partir de ahí, te otorgo el gran honor de ser responsable de mi sentir. 
Si duele es porque estoy contigo para recibir, sin aceptar que eres libre de querer dar o no, pero no estoy contigo para darte. Si duele es porque quiero que me des y no lo haces.
Si duele es porque, al conocerte, te he entregado a mi niña interna, ésa que se siente herida e incompleta, para que la cuides, porque yo no sé hacerlo y necesito que lo haga otro. 
Si es amor, no duele, nunca duele. Porque no hay expectativas, no hay condiciones, no hay necesidades que cubrir, no hay exigencias, no hay intercambio. Si es amor, tú eres yo y, dándote, me estoy dando a mí mismo. 
Es amor cuando me siento libre de ser quien soy, de expresarme, de sentir y de pensar, de equivocarme. Y, así, desde esta libertad, te libero, puesto que ya no te exijo nada. Puedes ser, expresarte, sentir y pensar como quieras. Sin condiciones.
Es amor cuando, si me dejas o te dejo, no hay sufrimiento, porque sé que no eres mío, porque no hay miedos, no hay sensación de pérdida, no necesito tenerte físicamente para seguir amándote, porque el amor no necesita una forma concreta. A mis hijos, por ejemplo, los amo ahora que son pequeños y viven conmigo y los seguiré amando cuando crezcan y se vayan, aunque vengan a verme de uvas a peras, aunque nunca vinieran a verme. 
La mejor definición del amor, desde mi punto de vista, es la ausencia de miedo, la libertad compartida, la felicidad compartida. Solo desde ahí te puedo dar amor y solo desde ahí puedo recibirlo.

lunes, 19 de octubre de 2015

Cuestión de tiempo

En sentido práctico, el tiempo existe y las horas pasan y, cuando uno tiene que coger un avión, tiene que estar pendiente de la hora de embarque. Pero ya.
En sentido metafísico, el tiempo es un arma en manos del ego, para que no nos mantengamos en el presente, que es el único momento en el que poder disfrutar, el único en el que poder estar en paz.
Por eso, cuando hacemos algún tipo de ejercicio de presencia (meditación, mindfulness...) nos asaltan mil y un pensamientos, todos ellos relacionados con el pasado o el futuro que vienen a decir "no disfrutes de esto, céntrate mejor en la putada que te gastaron ayer; no estés tan tranquilo, que el mogollón de cosas que tienes que hacer mañana es curioso..." Y, de repente, te observas a ti mismo desarrollando, en medio de la meditación, cualquiera de estas dos ideas: ayer, mañana. El ego ya te ha atrapado, ya no estás aquí y ahora, sino que tu cabeza se ha metido en una vorágine tremenda que no produce más que tensión.
No pasa nada, con toda la amabilidad del mundo, regresa a este momento, a la eternidad que es el presente, céntrate si quieres en tu respiración y no te dejes atrapar por la vocecita en tu cabeza que reclama, de nuevo, tu atención para, de nuevo, sacarte de la paz.
Porque lo que pasó ayer, ya pasó y no vas a cambiarlo y lo de mañana lo resolverás mañana, en el presente que llegará mañana. Pero, ahora, solo tienes este momento, no hay nada más. 
Todo lo que tú eres, es este momento, que ya es. 



martes, 13 de octubre de 2015

¿Qué pasa cuando me etiqueto?


Mucho es lo que se ha escrito acerca de lo que supone etiquetar a un niño, tanto que  ya sabemos lo contraproducente que es y que hay que evitarlo, pues limita el desarrollo del niño en cuestión.
Sin embargo, no somos consciente del peligro de las etiquetas en los adultos, de lo que supone algo tan aparentemente inocente como decir "soy de izquierdas", "soy de derechas", "soy católico", "soy musulmán", "soy sincero", "soy buena persona"... 
En realidad, nadie es de izquierdas al 100%, me resulta increíble que eso exista. Como nadie lo es de derechas, ni católico, ni musulmán, ni sincero, ni  buena persona, ni nada de nada. ¿De qué sirve, entonces, que me proclame como tal? Pues sirve, en el fondo, para darme seguridad, para construir mi identidad en base a algo concreto, para diferenciarme de los demás, ésos que yo considero que no son como yo.
El problema viene (y ocurre con muchísima frecuencia) cuando, siendo de izquierdas, nos comportamos como si fuéramos de derechas ; cuando, siendo católicos, nos pasamos más tiempo "pecando" que sin "pecar"; cuando siendo sinceros nos permitimos contar una trola como una casa; cuando, siendo buenas personas, un día no nos da la gana sacar esa bondad a pasear, así, sin más... Y así con todas las etiquetas con las que se nos llena la boca. 
En ese momento, nos asaltan los mil remordimientos, la sensación de "con lo rojo que yo soy y aquí estoy, en Loewe, gastándome lo que un proletario tarda dos años en ganar, qué mal lo estoy haciendo..."; "con lo católico que yo soy y resulta que deseo a la mujer del prójimo bastante más que a la mía propia, ya hay que ser mala persona..."; "con lo sincero que yo soy y la mentira que acabo de colarle a éste, no tengo perdón."
Las etiquetas son losas, nadie es nada, todos somos un poco de todo y además, cambiamos de chaqueta conforme vamos madurando. Así que ¿para qué esa necesidad de definirnos constantemente? ¿Por qué eso nos hace sentir mejor? 
Supongo que será para agruparnos por categorías, como la ropa blanca y de color; para buscar el relacionarnos católicos con católicos, sinceros con sinceros, los de izquierdas juntos, los de derechas juntos... Para recrearnos en la seguridad que nos da pertenecer a un colectivo, porque siempre somos más valientes y poderosos y tenemos más razón dentro de un grupo. 
Sin embargo, cuando nos colgamos una etiqueta, nos convertimos en su esclavo, porque siempre llega la noche y nos encontramos solos, en casa, haciendo repaso del día y lamentando el que, un día más, no hayamos sido capaces de hacer honor a tan magna atribución.
Propongo pues, durante un día, solo un día, olvidarnos de todo lo que se supone que somos y concedernos el permiso de ser lo que nos nazca ser, con absoluta libertad, sin corsés y sin remordimientos, sin culpa.
Seguramente eso nos ayude a ser mejor personas, puesto que nos liberará de la exigencias y los condicionamientos, tanto propios como externos.

jueves, 8 de octubre de 2015

El sufrimiento es una elección

La primera resistencia que aparece, cuando tomamos el firme propósito de hacernos responsable de nuestro sentir y de, por lo tanto, ser felices (al fin y al cabo todos queremos ser felices) es la que consiste en negar que sufrimos porque queremos. A eso se le llama victimismo.
Aunque el ego nos quiera hacer creer que, frente a determinadas situaciones, no tenemos alternativa al sufrimiento, eso no es cierto. Siempre hay otra manera, siempre se nos da la capacidad de elegir cómo nos queremos sentir. Independientemente de las circunstancias, de los acontecimientos. Independientemente de las personas que nos rodean. Independientemente de TODO.
Claro que, para entender esto, tenemos que hacer un ejercicio de profunda honestidad y reconocer que, en el fondo, creemos que el sufrimiento nos aporta algo. Puede que pensemos que nos protege, que nos impulsa a obtener un cambio, que nos permite controlar a los demás. Puede, incluso, que creamos que hacernos las víctimas nos resta responsabilidad porque, si sufrimos, podemos culpabilizar a otros.
Todo eso es falso, el sufrimiento no nos permite, per se, nada, excepto sufrir. Nada más. No hay nada que consigamos con sufrimiento que no se pueda conseguir desde la paz, pero al revés sí ocurre: desde un estado mental de paz tenemos la lucidez suficiente para ver las cosas tal y como son, sin dramas.
El sufrimiento desgasta, cansa, merma pero, además, alimenta al ego, se retroalimenta y pide cada vez más y más. Y, en nuestra sociedad, hay una adicción aterradora al sufrimiento. El que no sufre parece inhumano, cuanto más sufre uno más persona es.

Como digo, es una elección y por supuesto que cada uno es libre de vivir como quiera. Pero no es inevitable y, cuando uno aprende a deshacerse de él, no lo vuelve a echar de menos. Aunque eso implique dejar de buscar culpables.

lunes, 5 de octubre de 2015

Mi primera vez.


El sábado llevé a cabo, por primera vez, algo que se estaba gestando con mucha ilusión desde antes del verano: ofrecer un taller en el centro penitenciario de Picassent. Y siempre intuí que la experiencia sería fabulosa pero ha sido algo que no puedo describir con palabras. 
Nunca en ningún otro lugar me he visto tan libre de juicios, nunca he sentido tanto amor por todo lo que estaba pasando. Y eso que pasaron muchas de las cosas que más odio en estos casos (aquello parecía a ratos un gallinero, no me dejaban hablar, se imponían unas a otras a base de elevar el tono de voz, comían durante la clase haciendo toda clase de ruidos, llegaron media hora tarde, se apuntaron 16 y vinieron 4...) Pero nunca he sentido de manera tan clara la perfección. 
Y fue gracias a que me quité de en medio. En cuanto vi entrar por la puerta a una niña de 24 años, Carla, que era todo amor, conseguí dejar de lado mis juicios, mis exigencias, mis expectativas, . 
Sus insolencias, sus interrupciones, sus provocaciones, todo lo que nos escupió a la cara nada más sentarse, su manera de hablar tan grosera, tan desafiante, no era más que una petición de amor. Estaba probándonos para ver hasta qué punto aquello era un espacio sagrado en el que poder abrirse sin miedo a ser juzgada y, de nuevo, condenada. 
Y, una vez lo comprobó, animó al resto a no dejarse nada en el tintero. Se abrió como una flor, contó su historia, sus culpas, sus carencias, sus miedos, su desesperación, su victimismo. 
En ese momento me di cuenta de que yo era ella. Mi escenario es otro, es cierto, pero nada de lo que Carla contó me era ajeno. Ni Carla, ni Isidra, ni Beatriz, ni Elisangela. 
Y, de nuevo, me reafirmo en la idea de la unidad, de que, mirándolas a ellas, me estoy viendo a mí misma. 
Así que gracias, chicas, por haberme enseñado tanto, en apenas 3 horas.
Y concluyo la entrada de hoy, en honor a vosotras, sumándome a eso de que "el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra". No penséis que los que estamos aquí afuera somos muy distintos de vosotras.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

El castigo de Sísifo

Pese a que estamos seguros de que somos meros observadores del mundo que nos rodea y de las experiencias que vivimos, pocas afirmaciones hay más erróneas que ésta.
El mundo no lo observamos, lo inventamos, de ahí que cada uno perciba una realidad diferente ante una misma situación.
Antes de ponernos a observar ya llevamos una idea en la cabeza, una creencia que se basa en la sensación de carencia o en la de plenitud y, a partir de ahí, comienza el espectáculo.
En función de la idea preconcebida en la que me base, el mundo será un lugar hostil o amable. Tan sencillo como esto.
Sirva como ejemplo lo siguiente:
Yo creo firmemente que estoy necesitada de muestras de amor y de apoyo, por lo tanto, creo tener un vacío que espero que alguien venga y llene. Dado que no es un hecho, sino una creencia y, como tal, falsa, nunca voy a tener suficiente porque, por mucho que los demás hagan, mi creencia va a permanecer inamovible. A partir de ahí, voy a vivir con el foco de atención puesto en todas y cada una de las situaciones en las que el otro no va a darme lo que creo necesitar porque eso es lo que coincide con mi creencia y me ayuda a reforzar la idea. El ego, con lo que más disfruta, es con la sensación de tener razón, con lo que va a interpretarlo todo en base a esta premisa.
Sin embargo (y de manera involuntaria) pasaré por alto las situaciones en las que, de fuera, reciba muestras de amor y apoyo. Sencillamente, mi mente no está preparada para interpretarlas así, puesto que nunca puedo sentir que alguien externo a mí me dé algo que yo me niego a mí mismo constantemente.
Y, al final de día, el balance será el esperado: nadie me da el amor y el cariño que necesito. 
No nos damos cuenta de que esto es una proyección de una carencia interna porque parece más fácil endosarle el muerto al otro. Sin embargo, acabaríamos antes cambiando nuestra forma de percibir el mundo, viviendo la vida sin condicionamientos, abriéndonos a todo lo que nos llega sin empeñarnos en centrarnos solo en lo que creemos necesitar, porque eso nunca va a llegar. 
Dejaremos de necesitar algo, NO cuando lo recibamos, sino cuando eliminemos de nuestra mente esa sensación de necesidad. De lo contrario, las necesidades son ilimitadas y es materialmente imposible satisfacerlas todas, en cuanto cubramos una, llegará otra, convirtiendo la vida en un frustrante e interminable proceso abocado al fracaso.
Si no, que le pregunten a Sísifo.




viernes, 18 de septiembre de 2015

Nada es lo que parece



Petra Laszlo, reportera húngara, encargada de cubrir los enfrentamientos entre la policía y los refugiados sirios en la frontera entre Serbia y Hungría, co-protagonista de esta historia.
Osama Abdul Moshen, refugiado sirio que trata de mejorar sus condiciones de vida, cargando en sus brazos a su hijo; el otro 50% de esta historia.
Doña Petra, que se encuentra haciendo su trabajo, llevando a hombros una pesada cámara de vídeo y una más pesada todavía ideología extremista (me da lo mismo hacia qué lado tienda, la verdad), no contenta con el trabajo que está realizando, decide colocar a cada uno en el lugar que, según ella, le corresponde y le pone la zancadilla a un refugiado que pasaba por ahí, corriendo que se las pela, con su hijo al brazo. Y ya está, ya le ha dado su merecido, ya ha hecho justicia.
Don Osama Abdul Moshen, sin esperárselo, cae de bruces al suelo, junto con su hijo, la mochila y la bolsa de plástico en la que lleva, seguramente, todo lo que necesita para empezar una nueva vida. Él, que acaba de sortear a un par de policías, que ve la libertad ya al alcance de su mano, que se las promete muy felices, se encuentra, de repente, comiendo hierba.
Pues bien, si congelamos esta imagen, diremos que a este pobre hombre lo que le ha ocurrido es una desgracia y que la zorra de la reportera se ha salido con la suya. Eso es lo que cualquiera de nosotros pensaría si, después de ver eso, no volviéramos a saber de ellos. 
Pero la vida no termina en cada acontecimiento, la vida es una concatenación de sucesos que en absoluto pueden explicarse de manera aislada, porque cada una de las cosas que nos ocurren, por pequeñas que sean, se relacionan con todo lo anterior y con lo que está por venir.
Por lo tanto, seguimos con la historia.
El resto de reporteros que se encuentra en la zona graba esas imágenes y esas imágenes, como no podía ser de otra manera, se publican en todos los medios y en todos los formatos.
Petra Laszlo, reportera húngara, se queda en la puta calle, la despiden, pide perdón y pasa a ser icono de la vergüenza de la Europa moderna.
Osama Abdul Moshen, refugiado sirio, ve cómo se le abre el cielo, Dios ha escuchado sus plegarias y ha querido que un señor del Centro Nacional de Formación de Entrenadores que estaba viendo una entrevista suya, lo fiche como entrenador, le proporcione una casa y le ilumine la vida. 
Ayer, mi hijo David, que tiene 11 años, viendo la noticia, dijo que al final le tendrá que dar gracias a la reportera, porque esa zancadilla le ha salvado la vida. Y es así. Lo que parecía una tragedia ha supuesto su salvación. 
Esto es lo que nos ocurre continuamente a todos. Juzgamos algo que nos está ocurriendo como tragedia sin confiar, sin dar la posibilidad a la vida de que nos aclare el porqué de las cosas, sin dar permiso a abrirnos a algo mejor. 
Y, posiblemente, esta historia tampoco acabe aquí, a lo mejor esta señora, que ha sido el hazmereír de la última semana, recapacita y, gracias a esto, gracias a estar en la calle, se replantea su extremismo, cae del guindo y le da por pensar que los refugiados son personas y no escoria. Entonces, se habrá cerrado el círculo y todos habremos salido ganando. 
Porque un psicópata menos en el planeta es motivo de alegría para el resto de sus habitantes.

lunes, 14 de septiembre de 2015

El Rincón de Sentir



Pensar es algo de lo que, a mi modo de ver, abusamos. Queremos utilizar el pensamiento para elucubrar de qué manera podemos evitarnos el sufrimiento, acabar con nuestros problemas. En efecto, la mayor parte de los pensamientos que tenemos a lo largo del día tienden a eso: la mente quiere solucionar problemas que ella misma ha inventado y que llegamos a sufrir como si realmente los estuviéramos viviendo cuando, en realidad, o bien pertenecen al pasado o todavía no han ocurrido.
Por eso y porque creo que pensar está bien para la vida práctica, pero nada más, propongo crear un espacio, media hora a la semana, en el que nos regalemos un instante de silencio interior, restando importancia y credibilidad a cualquier tipo de pensamiento que nos cruce por la mente.
El Rincón de Sentir, que arranca el 5 de Octubre, tiene como finalidad el experimentar qué ocurre cuando acallamos nuestra voz interna, ésa que constantemente nos plantea problemas y supuestas soluciones. Durante esta media hora nos permitiremos, únicamente, sentir. Sin más, sin plantearnos el por qué de lo que sentimos, sin intentar solucionar nada, entendiendo que no hay nada que solucionar. Y aprenderemos, poco a poco, a disfrutar del silencio interno. 

viernes, 11 de septiembre de 2015

Eres libre



Eres libre.
Lo quieras ver o no, eres libre. Y no necesitas que nadie te reconozca lo que ya eres, ni siquiera tu libertad necesita de tu reconocimiento para ser.
Es tu esencia y, como tal, es inevitable.

viernes, 4 de septiembre de 2015

¡Cómo hemos cambiado!

Recuerdo haber ido a los cines Martí con mi abuela a ver la película de Titanic.
Recuerdo haber llorado como una magdalena porque, en el fondo, soy una romántica.
Pero, sobre todo, recuerdo dos escenas, de idéntico contenido, pero muy diferentes entre sí.
En una de ellas, un grupo de señoras de la alta sociedad, muy monas y enjoyadas ellas, se acomodaban en un bote salvavidas sin estrechez ninguna, al contrario. Allí sobraba sitio por todas partes.  Y se alejaban a toda viruta para que nadie más accediera al bote y así poder estar lo más cómodas posible hasta que se les rescatara.
En la otra escena, había un montón de gente en otro bote salvavidas, no cabía ni un alfiler, pero de verdad. Y, cuando alguno de los que se estaba ahogando intentaba subir, lo molían a remazos porque eso implicaría el vuelque del bote y la muerte de los que ya se habían salvado.
El hecho es el mismo, en ambos casos se está impidiendo a unas personas salvar la vida.  En ambos casos por miedo, eso vaya por delante.
Ahora bien, la finalidad no es la misma. No es lo mismo que yo condene a morir a otro para seguir viviendo a todo trapo que el que lo haga para salvar mi vida. No sabría explicarlo más allá de esto, pero no es lo mismo. Lo primero es egoísmo y lo segundo instinto de supervivencia.
A todo esto, podemos añadir el hecho de que se cerraron los accesos al exterior de la tercera clase  y no se les repartieron chalecos salvavidas, porque sus vidas, entendían los miembros de la tripulación, valían menos. Claro que eran pobres y los pobres solo traen problemas, porque se pasan la vida pidiendo o robando y además van sucios y huelen mal y no tienen modales. No como los ricos, que son guays y no roban y huelen a colonia y son unos caballeros.
Menos mal que ahora las cosas han cambiado y ya no somos tan hijos de puta como antes.

“No estoy de acuerdo con los criterios que se han manejado, hay que darle otra vuelta a este tema para fijar la capacidad de cada estado” José María García-Margallo, Ministro Español de Exteriores.

Y digo yo que claro, hombre, que le den las vueltas que sean necesarias, que no hay prisa, total, los que mueren son de tercera clase. 



martes, 1 de septiembre de 2015

Déjame sentir.


Deja ya de obligarme a fingir, deja de querer convencerme de que soy fuerte, porque no lo soy; de que lo tengo todo controlado, porque no controlo nada; de que no me pasa nada, porque es obvio que algo me pasa;  de que esto por lo que estoy enfadado es una tontería, porque, vale, será una tontería, pero yo no lo estoy percibiendo así;  desde el momento en que me enfado, por pequeño y fugaz que sea ese nudo que me coge en el estómago, es que no me parece una tontería.
Ya sé que soy afortunada, que no tengo motivos para sentirme así. Ya sé que todo el malestar me lo monto, siempre, yo.
Todo eso lo sé, deja ya de repetírmelo, porque no sirve de nada.
Déjame sentir, de lo contrario nunca me conoceré, nunca seré capaz de reconocer que tengo que hacer cambios, que tengo que aprender a ver las cosas de otra manera.
Jorge Lomar explicaba un día que el sentir es como un pilotito del coche, que se enciende para avisarnos de algo, que ignorarlo es un suicidio, que no atenderlo nos conduce irremediablemente a la ruina.
Así que déjame  sentir. No me digas que lo que siento es una chorrada, no me vengas con que no tiene justificación, porque sí la tiene (aunque obviamente el motivo de mi estado no es ése al que me estoy aferrado, esto es solo la excusa).
Y, mira, lo que estoy sintiendo es lo que hay  y no quiero mirar hacia otro lado, quiero sentirlo. Y quiero hacerlo porque es la única manera de darme cuenta de que, más allá de ese sentimiento, no hay nada real, que es todo una invención mía y que, como todo lo falso, no es eterno. Pero, para eso, necesito mirarlo a cara, necesito dejar de huir, de enmascarar y de suavizar mis sentimientos, necesito dejarlos ser, con la intensidad que tengan en cada momento.  Porque solo así les quito credibilidad, solo así me puedo dar cuenta de que eso que siento no soy yo, sino un malestar producido por mi sistema de pensamientos, por mis creencias (equivocadas, por supuesto) por mis miedos (irracionales, por supuesto), por mis carencias (inexistentes, por supuesto)…


Y, si lo dejo ser, si me uno a ese sentir y no me resisto, ni me avergüenzo, ni me siento culpable, poco a poco, va perdiendo intensidad. Hasta la próxima, claro. En que volveré a pedirte que me dejes sentir.

martes, 25 de agosto de 2015

Haciendo hueco

Cada día tengo más claro que ninguna creencia puede coexistir con su opuesto y lo tengo claro porque lo he intentado, he pasado varios años probando a hacer trampas con la vida. Y la vida parece que se deja a veces, se hace la tonta, como que no se entera. Pero no, a la vida no se le puede hacer trampas, tarde o temprano te pilla y te manda de nuevo a la casilla de salida. Y, desde ahí, vuelta a empezar.
Así que el camino más corto no tiene por qué ser el más rápido, pero sí el más limpio, el más honesto, aquel que te asegure que, si bien avanzas lentamente, nunca tendrás que volver al principio a probar otra técnica porque ésta de ahora es más falsa que Judas.
De ahí que me haya quedado claro que, pese a mis esfuerzos, no puedo conservar viejas creencias si realmente quiero cambiarlas por otras más revolucionarias, más osadas. Por mucho miedo que me dé deshacerme de ellas, por muy desnuda que me sienta sin ellas, las tengo que soltar, que abandonar, que desterrar para siempre. Porque sé que son falsas, pero cuesta, aún sabiendo que no me dan más que problemas, que solo me producen miedo, que no me sirven para nada, que me paralizan, que no me dejan avanzar… Aún así, me cuesta desprenderme de ellas.
¿Por qué? Porque son mis creencias, las únicas que he tenido hasta ahora, eso a lo que llaman  “zona de confort”, lo conocido.  Son el marido que maltrata, el jefe que grita, la madre que oprime, el hijo que somete, el trabajo que odio… todo eso que a una le quema pero a la vez le da seguridad.  
Y, frente a estas creencias limitantes y opresoras, la libertad. Tan atrevida, tan descarada, tan fresca, tan impredecible, tan caótica, tan suya… Tan mía, en realidad, que no me lo acabo de creer, que a veces me da vértigo, como si no supiera qué hacer con ella, como si fuera mi enemiga. Porque la libertad implica soltar todas mis creencias limitantes, castradoras, no se puede ser libre si no.  O le haces un hueco vaciándote de ideas tóxicas o no tiene cabida.
Ya se vio cuando se abolió la esclavitud, muchos esclavos se quedaron paralizados por el miedo, no sabían qué hacer con tanta libertad y tan poca costumbre a ser hombres libres.

Pues así es como me siento, habiendo tomado la decisión de abolir la esclavitud y no sabiendo por dónde empezar.

martes, 28 de julio de 2015

Cerrado por vacaciones


En breve me voy, desconecto, que lo necesito.
Desconecto de mis obligaciones, las que se me hacen cuesta arriba y las que llevo a cabo, a veces, con esfuerzo. Desconecto de madrugar, de las tareas que me cargan en mi trabajo, las tediosas, ésas a las que siempre me enfrento resoplando. Desconecto de un momento y un ambiente movidito, cuanto menos, en el trabajo.
Adiós, breve adiós a todo eso.
Durante unos días voy a poder dedicarme solo a lo que me encanta hacer, a aquello con lo que disfruto como una enana. A estar con mi chico, con mis hijos, con mi familia y mis amigos, a levantarme tarde, a viajar, a no tener horarios... Y a poner en marcha un proyecto de voluntariado que me hacía mucha ilusión desde hacía tiempo: hemos creado un grupo, de momento, de 3 personas para hacer talleres del Perdón, con el apoyo de la Escuela del Perdón de Jorge Lomar, en el centro penitenciario de Picassent, en el módulo de mujeres.
Confieso que, a pesar de que cuando empecé a planteármelo, me lo veía hecho, poco a poco me ha ido entrando el vértigo, como siempre. Yo soy "arrancada de caballo y parada de burro", pero esta vez no, esta vez sigo teniendo la ilusión del principio, aunque haber ido allí a tomar contacto in situ impresiona un poco.
Quiero aprovechar para agradecer a Reyes todo su aliento, el haberse ofrecido para ayudar en todo lo posible, el no haberme hecho desistir en ningún momento, aún sabiendo que montar algo así no era tarea fácil. Gracias también a Inma, que me escuchó y me calmó en un momento de flaqueza, con ese amor que la caracteriza. Gracias a Pilar y Ernesto, que han creído en esto y han puesto la misma ilusión que yo. Y, por supuesto, gracias a Bruno, por su enorme apoyo y por acompañarme en esa tarde de tormenta.
Así que, a la vuelta de las vacaciones, lo pondremos en marcha y ya os contaré.
A todos los que invertís algo de tiempo en leerme, que disfrutéis de vuestras vacaciones y hasta la "rentrée".

viernes, 24 de julio de 2015

Un día...



Un día, pensé que me había equivocado, que había cometido un error, que era culpable, que había hecho daño a otras personas, que esas heridas que yo había provocado nunca cicatrizarían.
Entonces, me puse a buscar entre mis recuerdos para averiguar quién tenía la culpa de mi error, porque yo nací inocente. Por lo tanto, alguien tuvo que herirme en algún momento para que yo me convirtiera en el error que soy ahora. Empezaron a surgir imágenes de mi infancia, mis padres, mis profesores, amigos del colegio, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, la dueña de la tienda de juguetes de la esquina… Y encontré a los causantes de mi error.
Enseguida me di cuenta de que a esas personas las habían herido, a su vez, otras personas y que aquella búsqueda no tenía fin (excepto para quien cree a en Adán y Eva y el pecado original, ellos lo tienen fácil)
Un día, pensé que me habían traicionado, que me habían hecho daño. Y decidí que eso justificaría en adelante todo el daño que yo pudiera ocasionar a los demás.
Ahora, me doy cuenta de que, en realidad, nunca me he equivocado, porque quien hace las cosas lo mejor que sabe no se puede equivocar. Y, de paso, me he dado cuenta de que, en realidad, nunca me han herido, sino que he sido yo la que lo he “soñado”. Me he dado cuenta de que, hoy, estoy aquí gracias a todo lo que he vivido, lo haya rechazado o no.
Y, la verdad, me gusta donde estoy. 

lunes, 20 de julio de 2015

Más Bonita que Ninguna

El mes pasado, en el kiosco de la esquina, vi una toalla-pareo que me encantó y que regalaban con una revista, Telva, para más señas. Así que, pese a que ese tipo de revistas me parecen una tomadura de pelo porque pagas una leña a cambio de un tochaco muy colorido llenito de anuncios de colonias caras y marcas exclusivas, me la compré. 
Y anoche, un mes después, empecé a leerla, a ver si así me entraba el sueño. 
Pues bien, caí en un "reportaje" en el que pretendían instruirnos para ir a una fiesta y que se nos volviera a invitar. 
Lo haré corto. Primero unos consejos útiles tipo...no hagas probaturas raras a la hora de vestirte, una vez allí te puedes arrepentir; las sandalias mira a ver que sean cómodas; no te pases con al maquillaje y menos en verano... 
Y ya, más adelante, lo que me dejó muerta: A saber y por orden cronológico:
1.- El momento crucial de la fiesta es la entrada, así que mira a ver cómo entras para que todas las cabezas se giren y todas las miradas se claven en ti.
2.- Si tu conversación no es medio qué, mejor dedícate a escuchar o, ya puestos, ponte a bailar (y añado yo: no se vayan a dar cuenta de cómo eres cuando te da por abrir la boca), piensa que la pista de baile es un buen decorado en el que llamar la atención cuando no lo consigues con tu oratoria.
3.- Casi más importante que la fiesta en sí es lo bien que salgas en las fotos (así lo decía la revista, lo juro), que la fiesta se inmortaliza luego en las redes sociales y éstas son más importantes, por lo visto, que la vida misma. Por lo tanto, no bajes la guardia en ningún momento y estate pendiente de los flashes.
4.- Y ya, para terminar, la forma en la que te tenías que retirar a casa también era importante, pero para cuando llegué a esa parte, se me estaban cerrando los ojos y no recuerdo qué había que hacer.

Directamente, esta vez no voy a dar mi opinión porque me da hasta pereza. Pero de verdad que vaya tela.