viernes, 30 de octubre de 2015

Tener expectativas es limitarse


Además de ser la principal causa de infelicidad, la decepción y otros tipos de sufrimiento, creo que no somos conscientes de lo que nos auto-limitamos cada vez que nos creamos expectativas.
Si esperamos algo determinado y dependemos de que ocurra para ser felices, estamos negando el sinfín de opciones que no coinciden con nuestro deseo, rechazándolas de pleno. 
Es como el niño que dice "no" a la comida por su aspecto sin haberla probado antes, solo porque opina que no le va a gustar.
¿Y si nos abriéramos a la posibilidad de dejar de exigirle a la vida una forma determinada? ¿Y si dejáramos de lado el miedo a lo desconocido y probáramos otras cosas, aún sin haberlas planeado previamente? ¿Y si soltáramos la necesidad de control, de seguridad, de manipulación y, como única meta, aspirásemos a ser felices con cada experiencia vivida? ¿Y si dejáramos de nadar contra corriente entendiendo que, tarde o temprano, vamos a tener que abandonar la lucha porque contra la corriente no se puede luchar eternamente? Desgasta, siempre desgasta y tenemos las de perder.
La vida sería mucho más fácil y llevadera. 

viernes, 23 de octubre de 2015

¿Por qué lo llamamos amor cuando queremos decir cualquier otra cosa (menos amor)?


"La maté porque era mía", "quien bien te quiere llorar te hará", "no hay amor sin celos ni celos sin amor", ... he aquí la evolución del concepto amor. 
Nada de esto es amor, pero hemos conseguido creérnoslo. Hemos llegado a un punto en que vemos normal, en cualquier tipo de relación, pero sobre todo la de pareja, controlar lo que hace, dice, piensa o siente el otro. En nombre del amor, claro.  
El amor no duele, el amor es amor y, como tal, solo nos puede aportar paz y felicidad. 
Si duele, no es amor, es apego, es exigencia, es necesidad de control, de que el otro, ése con el que estoy relacionándome, llene los vacíos que creo tener. 
Si duele, es separación, es una relación mercantil en la que yo te doy y tú me das (mejor dicho, yo te doy para que tú me des, no por el placer de dar). Y te doy aunque no quiera darte, porque así te podré luego exigir. Y ojito con no darme, porque entonces sufriré, te culparé, te dejaré de hablar o te manipularé hasta que te sientas lo suficientemente mal como para que vayas, la próxima vez, con pies de plomo, en tensión, cuidando mucho lo que dices y lo que haces. 
Si duele es porque he puesto mi felicidad (ésa que no alcanzo por mí misma) en tus manos y, a partir de ahí, te otorgo el gran honor de ser responsable de mi sentir. 
Si duele es porque estoy contigo para recibir, sin aceptar que eres libre de querer dar o no, pero no estoy contigo para darte. Si duele es porque quiero que me des y no lo haces.
Si duele es porque, al conocerte, te he entregado a mi niña interna, ésa que se siente herida e incompleta, para que la cuides, porque yo no sé hacerlo y necesito que lo haga otro. 
Si es amor, no duele, nunca duele. Porque no hay expectativas, no hay condiciones, no hay necesidades que cubrir, no hay exigencias, no hay intercambio. Si es amor, tú eres yo y, dándote, me estoy dando a mí mismo. 
Es amor cuando me siento libre de ser quien soy, de expresarme, de sentir y de pensar, de equivocarme. Y, así, desde esta libertad, te libero, puesto que ya no te exijo nada. Puedes ser, expresarte, sentir y pensar como quieras. Sin condiciones.
Es amor cuando, si me dejas o te dejo, no hay sufrimiento, porque sé que no eres mío, porque no hay miedos, no hay sensación de pérdida, no necesito tenerte físicamente para seguir amándote, porque el amor no necesita una forma concreta. A mis hijos, por ejemplo, los amo ahora que son pequeños y viven conmigo y los seguiré amando cuando crezcan y se vayan, aunque vengan a verme de uvas a peras, aunque nunca vinieran a verme. 
La mejor definición del amor, desde mi punto de vista, es la ausencia de miedo, la libertad compartida, la felicidad compartida. Solo desde ahí te puedo dar amor y solo desde ahí puedo recibirlo.

lunes, 19 de octubre de 2015

Cuestión de tiempo

En sentido práctico, el tiempo existe y las horas pasan y, cuando uno tiene que coger un avión, tiene que estar pendiente de la hora de embarque. Pero ya.
En sentido metafísico, el tiempo es un arma en manos del ego, para que no nos mantengamos en el presente, que es el único momento en el que poder disfrutar, el único en el que poder estar en paz.
Por eso, cuando hacemos algún tipo de ejercicio de presencia (meditación, mindfulness...) nos asaltan mil y un pensamientos, todos ellos relacionados con el pasado o el futuro que vienen a decir "no disfrutes de esto, céntrate mejor en la putada que te gastaron ayer; no estés tan tranquilo, que el mogollón de cosas que tienes que hacer mañana es curioso..." Y, de repente, te observas a ti mismo desarrollando, en medio de la meditación, cualquiera de estas dos ideas: ayer, mañana. El ego ya te ha atrapado, ya no estás aquí y ahora, sino que tu cabeza se ha metido en una vorágine tremenda que no produce más que tensión.
No pasa nada, con toda la amabilidad del mundo, regresa a este momento, a la eternidad que es el presente, céntrate si quieres en tu respiración y no te dejes atrapar por la vocecita en tu cabeza que reclama, de nuevo, tu atención para, de nuevo, sacarte de la paz.
Porque lo que pasó ayer, ya pasó y no vas a cambiarlo y lo de mañana lo resolverás mañana, en el presente que llegará mañana. Pero, ahora, solo tienes este momento, no hay nada más. 
Todo lo que tú eres, es este momento, que ya es. 



martes, 13 de octubre de 2015

¿Qué pasa cuando me etiqueto?


Mucho es lo que se ha escrito acerca de lo que supone etiquetar a un niño, tanto que  ya sabemos lo contraproducente que es y que hay que evitarlo, pues limita el desarrollo del niño en cuestión.
Sin embargo, no somos consciente del peligro de las etiquetas en los adultos, de lo que supone algo tan aparentemente inocente como decir "soy de izquierdas", "soy de derechas", "soy católico", "soy musulmán", "soy sincero", "soy buena persona"... 
En realidad, nadie es de izquierdas al 100%, me resulta increíble que eso exista. Como nadie lo es de derechas, ni católico, ni musulmán, ni sincero, ni  buena persona, ni nada de nada. ¿De qué sirve, entonces, que me proclame como tal? Pues sirve, en el fondo, para darme seguridad, para construir mi identidad en base a algo concreto, para diferenciarme de los demás, ésos que yo considero que no son como yo.
El problema viene (y ocurre con muchísima frecuencia) cuando, siendo de izquierdas, nos comportamos como si fuéramos de derechas ; cuando, siendo católicos, nos pasamos más tiempo "pecando" que sin "pecar"; cuando siendo sinceros nos permitimos contar una trola como una casa; cuando, siendo buenas personas, un día no nos da la gana sacar esa bondad a pasear, así, sin más... Y así con todas las etiquetas con las que se nos llena la boca. 
En ese momento, nos asaltan los mil remordimientos, la sensación de "con lo rojo que yo soy y aquí estoy, en Loewe, gastándome lo que un proletario tarda dos años en ganar, qué mal lo estoy haciendo..."; "con lo católico que yo soy y resulta que deseo a la mujer del prójimo bastante más que a la mía propia, ya hay que ser mala persona..."; "con lo sincero que yo soy y la mentira que acabo de colarle a éste, no tengo perdón."
Las etiquetas son losas, nadie es nada, todos somos un poco de todo y además, cambiamos de chaqueta conforme vamos madurando. Así que ¿para qué esa necesidad de definirnos constantemente? ¿Por qué eso nos hace sentir mejor? 
Supongo que será para agruparnos por categorías, como la ropa blanca y de color; para buscar el relacionarnos católicos con católicos, sinceros con sinceros, los de izquierdas juntos, los de derechas juntos... Para recrearnos en la seguridad que nos da pertenecer a un colectivo, porque siempre somos más valientes y poderosos y tenemos más razón dentro de un grupo. 
Sin embargo, cuando nos colgamos una etiqueta, nos convertimos en su esclavo, porque siempre llega la noche y nos encontramos solos, en casa, haciendo repaso del día y lamentando el que, un día más, no hayamos sido capaces de hacer honor a tan magna atribución.
Propongo pues, durante un día, solo un día, olvidarnos de todo lo que se supone que somos y concedernos el permiso de ser lo que nos nazca ser, con absoluta libertad, sin corsés y sin remordimientos, sin culpa.
Seguramente eso nos ayude a ser mejor personas, puesto que nos liberará de la exigencias y los condicionamientos, tanto propios como externos.

jueves, 8 de octubre de 2015

El sufrimiento es una elección

La primera resistencia que aparece, cuando tomamos el firme propósito de hacernos responsable de nuestro sentir y de, por lo tanto, ser felices (al fin y al cabo todos queremos ser felices) es la que consiste en negar que sufrimos porque queremos. A eso se le llama victimismo.
Aunque el ego nos quiera hacer creer que, frente a determinadas situaciones, no tenemos alternativa al sufrimiento, eso no es cierto. Siempre hay otra manera, siempre se nos da la capacidad de elegir cómo nos queremos sentir. Independientemente de las circunstancias, de los acontecimientos. Independientemente de las personas que nos rodean. Independientemente de TODO.
Claro que, para entender esto, tenemos que hacer un ejercicio de profunda honestidad y reconocer que, en el fondo, creemos que el sufrimiento nos aporta algo. Puede que pensemos que nos protege, que nos impulsa a obtener un cambio, que nos permite controlar a los demás. Puede, incluso, que creamos que hacernos las víctimas nos resta responsabilidad porque, si sufrimos, podemos culpabilizar a otros.
Todo eso es falso, el sufrimiento no nos permite, per se, nada, excepto sufrir. Nada más. No hay nada que consigamos con sufrimiento que no se pueda conseguir desde la paz, pero al revés sí ocurre: desde un estado mental de paz tenemos la lucidez suficiente para ver las cosas tal y como son, sin dramas.
El sufrimiento desgasta, cansa, merma pero, además, alimenta al ego, se retroalimenta y pide cada vez más y más. Y, en nuestra sociedad, hay una adicción aterradora al sufrimiento. El que no sufre parece inhumano, cuanto más sufre uno más persona es.

Como digo, es una elección y por supuesto que cada uno es libre de vivir como quiera. Pero no es inevitable y, cuando uno aprende a deshacerse de él, no lo vuelve a echar de menos. Aunque eso implique dejar de buscar culpables.

lunes, 5 de octubre de 2015

Mi primera vez.


El sábado llevé a cabo, por primera vez, algo que se estaba gestando con mucha ilusión desde antes del verano: ofrecer un taller en el centro penitenciario de Picassent. Y siempre intuí que la experiencia sería fabulosa pero ha sido algo que no puedo describir con palabras. 
Nunca en ningún otro lugar me he visto tan libre de juicios, nunca he sentido tanto amor por todo lo que estaba pasando. Y eso que pasaron muchas de las cosas que más odio en estos casos (aquello parecía a ratos un gallinero, no me dejaban hablar, se imponían unas a otras a base de elevar el tono de voz, comían durante la clase haciendo toda clase de ruidos, llegaron media hora tarde, se apuntaron 16 y vinieron 4...) Pero nunca he sentido de manera tan clara la perfección. 
Y fue gracias a que me quité de en medio. En cuanto vi entrar por la puerta a una niña de 24 años, Carla, que era todo amor, conseguí dejar de lado mis juicios, mis exigencias, mis expectativas, . 
Sus insolencias, sus interrupciones, sus provocaciones, todo lo que nos escupió a la cara nada más sentarse, su manera de hablar tan grosera, tan desafiante, no era más que una petición de amor. Estaba probándonos para ver hasta qué punto aquello era un espacio sagrado en el que poder abrirse sin miedo a ser juzgada y, de nuevo, condenada. 
Y, una vez lo comprobó, animó al resto a no dejarse nada en el tintero. Se abrió como una flor, contó su historia, sus culpas, sus carencias, sus miedos, su desesperación, su victimismo. 
En ese momento me di cuenta de que yo era ella. Mi escenario es otro, es cierto, pero nada de lo que Carla contó me era ajeno. Ni Carla, ni Isidra, ni Beatriz, ni Elisangela. 
Y, de nuevo, me reafirmo en la idea de la unidad, de que, mirándolas a ellas, me estoy viendo a mí misma. 
Así que gracias, chicas, por haberme enseñado tanto, en apenas 3 horas.
Y concluyo la entrada de hoy, en honor a vosotras, sumándome a eso de que "el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra". No penséis que los que estamos aquí afuera somos muy distintos de vosotras.