jueves, 28 de enero de 2016

Y mi maleta llena de por si acasos

Ayer, 27 de Enero (fecha muy importante para mí por motivos que no vienen al caso) me pasé el día entero entre el pasado y el futuro. Y la sensación fue muy extraña.
En el pasado, porque recordé minuto a minuto lo que ocurrió ese mismo día hace 6 años, con ternura pero también con tristeza, echando de menos y rechazando a la vez algo que, para bien y para mal, ya no tengo.
En el futuro porque, desde el momento en que le di al botón de "comprar" en la web de una agencia de viajes y reservé un billete de avión a Katmandú (Nepal), estoy cagada de miedo. Nunca me he visto en una situación parecida.
Yo, con lo que me gusta creer que lo controlo todo, no dejar cabos sueltos, jugar a que sé lo que va a pasar mañana, y pasado y al otro... Porque, aunque no planifique y cambie de opinión y de planes mil veces al día, siento que todo depende de mí, de mis decisiones. Que, en el fondo, soy yo la que decide las cosas que me van ocurriendo. Eso es lo que creo.
Pues bien, he decidido que me voy este verano dos semanas a Nepal, con una ONG, a un orfanato. 
Y me gustaría decidir dónde y cómo, pero solo he elegido cuándo. 
Y estoy muerta de miedo, porque no sé a qué voy, no conozco a nadie, no me voy con otros voluntarios, no es una ONG que nos junte a varios extranjeros para llevar a cabo un trabajo en equipo. Esto es un chico, con su ordenador portátil y su hermano pequeño, sin nada más que eso, al que tengo que mandar el itinerario de viaje y que me recogerá (en moto, empezamos bien) en el aeropuerto de Katmandú. En ese momento me dirá lo que hace conmigo, dónde me manda, qué voy a hacer... 
Ya me han dicho que no haga planes, porque todo es improvisado. Y me han descolocado. Con lo que me gusta planificar, aunque cambie los planes cada dos por tres, pero no dejan de darme seguridad. Porque yo soy quien los hace, los cambia, los vuelve a cambiar... 
Pero aquí no. Aquí dependo de alguien a quien no conozco, que no sé ni siquiera ni si será puntual y que estará esperándome en el aeropuerto para organizarme la estancia. Aquí tengo que confiar en él, en la vida entera, en la gente de allí, en todo. 
Recuerdo en Mykonos, hace un año, que nos llevó un chico del hotel  a una playa y quedó en que nos recogería a las 7 de la tarde. Pero se retrasó. Estábamos en Mykonos, aquí al lado, estaba mi chico conmigo (cosa que me hacía sentir segura) y en la acera de enfrente teníamos un hotel donde pasar esa noche si pasaba algo. Pues con todo eso, yo estaba atacada de los nervios. Porque nos había dicho a las 7 y eran las 7 y 20 y no venía y se hacía de noche y así no era como habíamos quedado y blablabla...
Así que esto va a ser romperme entera para luego rearmarme. O me relajo o voy a vivir un infierno. Me relajaré, claro, a la fuerza ahorcan, pero ya puedo empezar a mentalizarme porque lo de menos van a ser las condiciones de higiene y falta de comodidad del orfanato y de la ciudad entera. 
Lo peor va a ser la pérdida absoluta de control, el no saber a qué voy , ni con quien, ni qué me voy a encontrar allí, ni nada de nada. Y lo mal que me oriento, con eso también cuento. 
Antes de empezar a relajarme, tengo ya la maleta llena (mentalmente) de por si acasos:
- Manga larga finita para que no me piquen los mosquitos
- Aparato para los mosquitos y pastillas.
- Loción para los mosquitos por si acaso no hay electricidad.
- Mosquitera por si falla todo lo anterior (odio a muerte a los mosquitos).
- After bite por si falla la mosquitera y me pica algún mosquito.
- Toallitas wc por si acaso no hay papel del váter (del váter seguro que no porque ya me han dicho que no hay váter, se llamará papel de letrina, supongo: letrine´s paper).
- Diccionario básico por si no me entiende nadie (entre su inglés y el mío poco vamos a intimar)
- Mascarilla para ir por la calle porque me han dicho que allí es tendencia, por el polvo y por la contaminación
- Tapones para los oídos por si acaso no puedo dormir, porque se ve que hay ruido a todas horas, otra cosa que no soporto (no sé si es que no duermen)
- Minutos con Libon por si acaso me entra la morriña y quiero llamar a mi gente en España
Eso es lo que se me ocurrió anoche, que es cuando empecé a maquinar, pero me quedan aún 7 meses y medio para añadir cosas. 
Y luego se me plantean dudas con el secador, la plancha del pelo, la silk-epil... y todas esas cosas que suelen venir conmigo pero que no sé yo si aquí solo van a hacer bulto.
A la hora de sacar el billete, por si acaso, en lugar de hacerlo a través de una web me fui a la seguridad que me da Viajes el Corte Inglés y añadí todos los seguros del mundo: de accidente, de enfermedad, de repatriación de cadáver, de anulación de viaje... Más extras no había.
A eso, hay que añadir una lista surtidita de preguntas que me voy apuntando para hacerle al coordinador de todo esto, por no agobiarlo cada vez con algo nuevo, a ver si se harta antes de mi llegada y no me recoge nadie.
Quedan 7 meses y medio y yo ya estoy intentando tener todo esto bajo control. 





miércoles, 20 de enero de 2016

La muerte nos sienta tan bien...


Hoy, en el bus, he visto que David Bowie ha sido, esta semana por primera vez , número 1 (no sé si en ventas o en discos escuchados o qué, pero número 1 y por primera vez). Y resulta que murió hace nada y que precisamente su muerte es lo que ha hecho que la gente se ponga a escucharlo como si no hubiera un mañana. Efectivamente, para él, no hay un mañana. David Bowie ya no está y eso le da más valor todavía.
Eso mismo pasó con Van Gogh, con Cervantes, con James Dean... Se revalorizaron post mortem.
Eso nos pasa con todas las muertes y por muerte me refiero a final, a pérdida, no necesariamente a la desaparición del cuerpo. Pero especialmente con la muerte del cuerpo. Nunca he estado en el entierro de un cabrón, el que se muere era siempre una bellísima persona. Aunque solo sea porque está muerto. 
Los finales nos sientan a todos de maravilla, todos ganamos puntos cuando llega el final y es algo tan curioso como inevitable en la mayoría de los casos. 
Cuando me doy cuenta de que he perdido algo es cuando, de repente, más lo valoro, más creo necesitarlo, aunque lo haya tenido los últimos 2 años metido en un cajón muerto de asco.
Cuando me pongo a régimen es cuando más deseo el tipo de comida que me he prohibido, aunque de normal no suela comerla, aunque nunca me apetezca.
Cuando termina una relación es cuando más recuerdos bonitos nos asaltan, cuando más valoramos lo que nos aportaba la persona que se ha ido y cuando menos en cuenta tenemos lo que no nos gustaba de ella. Ya lo decía Serrat en esa canción tan bonita (Lucía) "no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí" o "los recuerdos son cada día más dulces, el olvido solo se llevó la mitad".
¿Y por qué nos ocurre eso? ¿Por qué esperamos que algo llegue a su fin para idealizarlo?
Supongo que se trata de la manía que tenemos de poner el foco siempre en lo que nos falta, en aquello de lo que carecemos; con la confianza puesta en que, cuando lo consigamos y sea nuestro, seremos ya, por fin, felices. 
Y resulta, fíjate, que un buen día, eso que deseábamos, lo conseguimos. Y resulta que no nos hace tan felices como pensábamos y nos frustramos. 
Pero un día lo perdemos. Ahí es cuando, desde la carencia, creemos nuevamente que lo necesitamos, que éramos más felices antes, cuando lo teníamos y que, de nuevo, lo necesitamos. Otra vez, creemos que lo necesitamos, que nuestra felicidad está ahí. Como si fuéramos idiotas, una y otra vez lo mismo. ¿Que no hemos visto que no, que eso no nos daba lo que no tenemos, que nada externo a nosotros nos lo va a dar nunca?
Claro que lo vemos, lo vemos cuando lo tenemos. En ese momento lo comprobamos en nuestras carnes, nos decimos que no era para tanto. Sin embargo, cuando ese objeto, circunstancia o persona desaparece (porque en esta vida nada es eterno) volvemos a idealizarlo con tal de no vivir el presente. Porque el presente incluye solo lo que tenemos, no lo que nos falta. Lo que nos falta es el mundo de Alicia, ficticio, inventado por nosotros para evadirnos de nuestras vidas, ensoñaciones más falsas que Judas, tergiversaciones y manipulaciones que inventamos porque necesitamos creer que tiene que haber algo ahí afuera que, cuando llegue a nuestra vida, nos completará, nos llenará.
La buena noticia es que no, que ya somos completos y que conviene que nos paremos un instante, miremos a nuestro alrededor observando todo lo que nos acompaña en este momento. Porque esto, que hoy nos parece que no es suficiente solo porque ya "es nuestro", mañana puede que no lo sea, que lo "perdamos". Y, entonces, será cuando le demos valor y nos parezca que era algo fundamental. Pero ya habremos perdido la oportunidad de disfrutarlo.

viernes, 15 de enero de 2016

"Incomunicada"

Ayer por la mañana vino un mensajero a llevarse mi móvil para reparar. Tardarán unos 15 días en devolvérmelo. Aparentemente todo está perfecto pero, cuando vi que me despojaban de él, cuando saqué mi tarjeta nano sim y sd, tuve una sensación muy extraña. ¿Ahora qué hago? 
Había quedado a las 3 con una chica a la que no conocía y tuve que hacer una llamada porque ya no tenía mi lista de contactos, pedir su número y llamarla a decirle "oye, mira, es que estoy sin móvil, pero a las 3 estaré en la puerta de la E.O.I.". Y luego pensé en qué ocurriría si pasaba cualquier cosa y me retrasaba o cómo me avisaría ella si se le torcían los planes y tenía que cancelar la cita. O qué pasaría si no la reconocía, ni ella a mí, porque nunca nos habíamos visto antes, aunque ya me había dicho por teléfono cómo iba vestida. 
Conclusión: sin mi móvil parece que me haya vuelto idiota, que todo se me haga un mundo. Y eso que sabía llegar al punto de encuentro porque es archi conocido. Si encima no hubiera conocido el camino, apaga y vámonos. 
Pasé dos horas súper agradables con esta chica, hablando de lo divino y lo humano, sin interrupciones, si llamadas, sin vibraciones en el bolso... Viviendo solo la conversación. Y me encantó eso de no llevar teléfono. 
Aún así, la tarde la pasé intentando localizar un teléfono con nano sim, tarea que ha resultado ser imposible. Así que he decidido que voy a estar estas dos semanas sin móvil, sin whatsapp, sin teléfono a todas horas, sin google en el bolsillo, con el fijo de toda la vida (que, además, en mi caso, no es inalámbrico). Cuando he avisado a los más cercanos me han preguntado "¿entonces, vas a estar incomunicada?. No, no voy a estar incomunicada, voy a estar como se estaba hace 20 años, feliz y tranquila, con teléfono en casa y sin el "busca" cuando salga a la calle, como he estado toda la vida. 
El móvil es una necesidad que me he creado y aún me siento rara, pese a que me sé de memoria todos los teléfonos que necesito, pero me siento un poco desnuda. No tengo a mis 250 contactos, pese a que el 90% no me sirven para nada, no tengo mis recordatorios (me acuerdo de todo lo que tengo que hacer pero me da seguridad que google me avise), no tengo whatsapp, no tengo mis audios, mi música, mis fotos, mis vídeos, no llevo conmigo, en mi bolso, nada de nada. Y lo curioso es que todo eso lo necesito, me he creado esa necesidad y estoy rara. 
Me siento libre, sí, pero hice un pacto con el diablo y quedamos en que pagaría un alto precio por todas esas cosas que hacen (supuestamente) que mi vida sea más cómoda. Ese precio es el estrés que me produce el teléfono cada vez que suena (porque de verdad me lo produce), es el cargar en la mochila una necesidad más, es estar a todas horas localizable y pendiente de algo que, en realidad, odio. Pero, como lo necesito, ya da igual que lo odie, ni me lo cuestiono. 
Y, al estrés de llevar móvil, hay que sumar el estrés de cuando no lo llevo. 
De locos.
Ha pasado un día y creo que esto es el principio de una gran amistad entre yo y yo misma. 
Pero tengo por seguro que, en cuando me lo arreglen, seguiré cumpliendo mi parte del trato. Mientras tanto, que me quiten lo bailao, siempre recordaré esas dos semanas que pasé "incomunicada".


miércoles, 13 de enero de 2016

Indispensable tener sentido del humor.

Muchas veces aparece el sentido del humor en el número uno de las listas de cualidades que todos desearíamos que tuviera una hipotética pareja. Y con razón, no hay nada más valioso (y raro de ver) para andar por la vida que el sentido del humor. 
El sentido del humor no consiste en hacer reír a los demás, eso es ser gracioso y se puede ser gracioso y carecer por completo de sentido del humor. Para mí, es la capacidad para afrontar los sucesos de la vida como lo que son, anécdotas divertidas. 
Desde bien pequeña, cada vez que me veía en una situación angustiosa (tipo tener que enseñar las notas a mis padres, que era lo más recurrente) me hacía la misma pregunta: "¿de esto, dentro de unos años, me reiré?". Y nunca, nunca la respuesta ha sido NO. Así que aprendí enseguida a relativizar y me di cuenta de que no hay nada tan importante como para tener que pasarlo mal. O pocas cosas.


Un experimento reciente ha demostrado que un hablante al que se manipula su voz para que suene más feliz, triste o con miedo, también varía de inmediato su emoción. Es decir, que si a mí me ocurre algo y cuando me lo cuento a mí misma o a cualquiera, el tono de mi voz es feliz, no me voy a hundir. En cambio, si dramatizo en la forma de exponer mi experiencia, me hundiré en la miseria. 
Un día, hablando con una mujer acerca de que cada uno interpreta su vida como quiere y, en función de esa interpretación, se siente feliz o no, me contestó "si tú me quieres decir que, por ejemplo, ayer que se me pinchó la rueda, yo tengo que pensar que no he tenido un día de mierda, paso de seguir con esto, porque eso es imposible". Es una opción, pero no es inevitable. A mí me ha dejado tirada el coche a la 1 de la mañana, cargado hasta los topes y con dos niños dentro y no es obligatorio hundirse, con llamar al seguro para que vengan a recogerte ya vale. 
Sin embargo, hacer de nuestra vida un melodrama es una opción como otra cualquiera, siempre y cuando tengamos claro que nosotros estamos creando nuestra realidad escogiendo una de las muchas opciones de interpretar la vida que tenemos a nuestro alcance.
Las cosas, simplemente, suceden y somos nosotros los que las convertimos(o no) en dramas.
En eso consiste para mí el sentido del humor, en escoger siempre la opción de la comedia en lugar del drama, porque pocas cosas hay en la vida de las que uno no se pueda reír, muy pocas. Y, sobre todo, consiste en reírse (y mucho) de uno mismo, de las cosas que uno hace en determinados momentos. 
El sentido del humor nos cambia la visión de todo, nos aleja de la amargura y de la tristeza, nos abre un amplio abanico de posibilidades porque la posibilidad de reírnos del resultado nos permite intentar más cosas, sin importarnos que lleguen o no a buen puerto; nos lo habremos pasado tan bien por el camino, libres de la obsesión del resultado, que éste ya nos dará igual.
El sentido del humor nos libera de los juicios propios y ajenos y nos hace dar permiso a cualquiera para que opine lo que le dé la gana de nosotros y nuestros actos, porque no nos vamos a tomar en serio la opinión de los demás.
Vamos, que cómo no vamos a dar prioridad, en la lista de cualidades, al sentido del humor. 

viernes, 8 de enero de 2016

La gran obra de teatro

Ayer en la radio escuché que no se puede engañar a la cámara las 24 horas del día porque, al final, te acostumbras a su presencia y dejas de fingir. Eso debe de ser lo que ocurre en algunos programas de la tele en los que la gente hace cosas en público con absoluta falta de pudor, como si no los estuvieran viendo el país entero, sus padres, sus compañeros de trabajo, los vecinos... Siempre me ha resultado muy curioso ese comportamiento y ahora lo entiendo: pierden la noción de estar siendo observados.
Para fingir, lo que viene muy bien, son las redes sociales, tienen la ventaja de que entras cuando quieres y te puedes poner en modo actor hasta que cierras la pestaña. Es el lugar ideal para coger y afianzar un rol, para ser quien te gustaría ser, para tener un montón de amig@s cuando en realidad te sientes sol@, para hablar de tus intimidades por chorras que sean con quien no lo harías nunca porque en realidad no lo conoces de casi nada. Yo misma me vi en ésas hace unos años y, la verdad, tiene su puntito, pero no es real. 
Hay quien plasma su vida entera, desde que se levanta hasta que se acuesta, con fotos de todo lo que hace y el resto le comenta lo chulo que es todo, lo fascinante que es su vida, lo envidiable que resulta su relación, lo guap@s que son sus hij@s, lo guap@s que son ell@s. Y, claro, eso engancha, sobre todo cuando no te sientes bien, cuando no te gusta la vida que realmente llevas. Porque en las redes sociales puedes enseñar solo la fachada, lo bonito; de hecho, a nadie se le ocurre mostrar sus miserias y contar en realidad cómo se siente. Se acabaría la "magia".
He visto parejas idílicas decirse a todas horas lo muchísimo que se quieren, dedicándose canciones de amor y corazones sin parar y, al día siguiente, enterarme de que ya no están juntos. Al principio me extrañaba muchísimo, pero ya me he acostumbrado. 
Este fenómeno de exhibicionismo engancha y es una droga. Hasta el punto de que hay quien ha conseguido salir de eso y está convencido de que forma parte de su negro pasado y, en momentos de bajón, vuelve otra vez a sumergirse en un mundo ficticio, a hacerse un montón de amigos, a contar lo que está haciendo y que en realidad no le importa a nadie, a participar en conversaciones que, realmente, no le interesan nada, porque no le interesaban cuando no se sentía solo.
Porque las redes sociales anestesian, por un momento, te hacen sentir llen@, te sacan por un instante de esa vida que no te está gustando y que rechazas, te hacen creer que eres popular, gracios@, inteligente, guap@... Pero no es real, esa sensación no es real pero, precisamente por ser efímera, se puede mantener. Ése es el secreto. Lo efímero es lo que le da ese poder de auto engaño, como una noche loca en la que triunfas de forma arrolladora solo porque dura eso, una noche. Nada es real y uno siempre vuelve, lo quiera o no, a su realidad. Lo que de verdad ES te espera a la vuelta de la esquina porque nadie puede escapar eternamente de su realidad, nadie puede fingir, como decían ayer, las 24 horas del día. Pero, por lo menos, durante un instante, has creído ser lo que te gustaría. 
Y si esto es, por ejemplo, Facebook, para qué hablar de la mentira de las webs de ligar, tipo Meetic. Ahí ya cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


domingo, 3 de enero de 2016

¡Qué bonitos los anuncios!



Me encantan los anuncios, mucho.  Tanto que ni hago zapping ni me gusta que lo hagan cuando llega la publicidad. Observando los anuncios te das cuenta de un montón de cosas. Cosas como que las personas van vestidas del color de la marca que se anuncia, por ejemplo.  
Pero también te percatas de cuestiones menos banales. 
Ayer, año ya 2016, vi dos anuncios casi seguidos que dicen mucho de cómo está el tema en cuanto a la igualdad de género.  
El primero decía que las mamás no cogen la baja, se toman xxxx  (antigripal o algo así) y siguen adelante con los niños y la casa. Y salía una súper mujer, de ésas que pueden con todo y no paran desde que se levantan hasta que se acuestan y que además siempre tienen una sonrisa en los labios y están encantadas de llevar esa vida que llevan, con su niña disfrazada de hada, creo. La niña feliz porque su madre, a pesar de estar hecha una braga, va a seguir con su marcha como si no pasara nada.
En el otro anuncio, también de un antigripal, salía un hombre que se tomaba el medicamento para poder irse a jugar con los amigos a un paintball. El resfriado no le podía cortar la diversión. 
La publicidad es el reflejo de la sociedad y no es casual que estos anuncios los protagonice, el primero una mujer y el segundo un hombre. A lo mejor es que si sacan a un hombre curando sus síntomas para encargarse de la casa y los niños al salir del trabajo,  las ventas bajarían.  O al revés. 
Aún hay quien está muy satisfecho con la situación actual, pero estas cosas son muy reveladoras y, la verdad, queda muchísimo por hacer, algo que vaya más allá de decir "andaluzas y andaluces", "alumnas y alumnos" y todo eso que está tan de moda. 
Deberían empezar por controlar un poco la publicidad porque influye (y mucho) en todos, niños y mayores. Y quitar normalidad a situaciones que tendrían que estar ya erradicadas, tan modernos y desarrollados que somos. 

viernes, 1 de enero de 2016

Lo único real

Ni cualquier tiempo pasado fue mejor ni lo mejor está por llegar, básicamente porque ni uno ni otro existen.
El pasado es solo un recuerdo y, como tal, distorsionado por mí.
Lo que está por llegar son expectativas que solo existen en mi cabeza.
Por lo tanto, lo mejor es AHORA.
Es lo único real.
Todo lo que soy es este momento.
Y eso lo hace perfecto.