miércoles, 17 de febrero de 2016

La vajilla de invitados

Hace años, en las casas, había una vajilla de invitados, un comedor de invitados y un montón de cosas de invitados. Era lo bonito, lo caro, lo que uno guardaba para impresionar cuando venía gente de fuera.


Hoy, eso ya no se suele dar, sin embargo, seguimos teniendo ese tipo de conductas. Seguimos haciendo para los demás cosas que no hacemos para nosotros mismos. 
En mi trabajo, nos hemos puesto de acuerdo tres personas para que cada día traiga uno la comida y compartirla. Y, desde entonces, da gusto comer. Porque ahora, al tener que cocinar para otros, ponemos más interés, más mimo y nos curramos unas comidas buenísimas. Sin embargo, cuando cada uno se tenía que encargar de su propia comida, el resultado era triste, porque a ninguno nos compensaba cocinar para uno mismo.
Es, cuanto menos, un planteamiento curioso, pero hay un sinfín de ejemplos: nos ponemos guapos para salir y en casa vamos con cualquier cosa (ropa de ir por casa), arreglamos la casa más cuando va a venir gente, limpiamos más el coche por fuera que por dentro y cosas por el estilo.
Y no deja de ser extraño, eso de que hagamos esfuerzos por los demás que no haríamos por nosotros mismos, eso de que cuidemos y mimemos a los demás mientras pensamos que nosotros no lo merecemos, que con cualquier cosa nos apañamos.
Pero, además, esa forma de actuar nos lleva a que esperemos esfuerzos por parte de los demás, es decir: "yo paso de mí, paso de cuidarme, de invertir tiempo en mi bienestar, pero hazlo tú porque a partir de ahora es tu obligación, si quieres que me sienta bien". Le pasamos la pelota al otro, porque alguien nos ha de cuidar y, si no lo hago yo, lo tendrás que hacer tú.
¿Por qué no volvemos a plantearnos estas conductas y empezamos a sacar la vajilla de invitados para comer algo que nos guste mucho y que nos hayamos cocinado, con mimo y amor, previamente? ¿Por qué no empezamos a ponernos guapos para ir por casa y tiramos todos esos harapos que hemos guardado para vestirnos cuando nadie nos ve? ¿Por qué no empezamos a asumir que solo somos responsables de nuestra felicidad, solo nosotros, solo de la nuestra y dejamos de exigir a los demás respeto para empezar a respetarnos? ¿Por qué no dejamos de es-forzar-nos por los demás y, de paso, dejamos de forzar a los demás para que, con sus conductas, nos alimenten cuerpo y alma?
Nadie tiene más valor que uno mismo, ni menos, claro. 
El mejor invitado de uno es uno mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario