lunes, 8 de febrero de 2016

Mi querido Liceo


Nunca he sido una niña rebelde, ni una adolescente rebelde, ni una mujer rebelde. No lo he sido por lo menos en las formas. No he necesitado portarme mal, pegar a los demás niños, afeitarme la cabeza, tintarme el pelo de colores raros, transgredir normas, acudir a manifestaciones, reivindicar mis derechos de mujer cayendo en comportamientos típicamente masculinos... (aunque sí que los he reivindicado sin descanso). Siempre he ido a mi marcha, sin hacer ruido, educadamente, he sido muy "normalita" en este aspecto.
Hace poco vi, en el blog de un profesor de literatura de un instituto, la presión que se le metía a un chaval de 14 años para que asistiera a clase y estudiara cuando él lo que quería ser es mecánico y todo lo demás le daba igual. Dejo aquí el enlace porque vale la pena leerlo: https://lautopsia.wordpress.com/2014/01/30/hasta-la-polla/

La cuestión es que me acordé de mi colegio, al que fui hasta COU y donde fui súper feliz, pese a que nunca me ha gustado nada (NADA) estudiar. Me acordé del sistema francés y de lo bien que lo hicieron conmigo. Porque yo era pésima en todo lo que no me gustaba, incluso en gimnasia. Lo que se dice nula. Y me dejaban en paz, me dejaban vivir tranquila porque sabían que no había nada que hacer, que, a pesar de no ser tonta, nunca iba a dedicar ni un minuto a estudiar esas cosas que odiaba tanto. Además, allí podías suspender y ni recuperabas la asignatura ni repetías, pasabas a otra cosa, mariposa. La decisión de repetir la tomaban los profesores en una reunión a la que mi madre siempre asistía con los nervios a flor de piel. Pero nunca me hicieron repetir, aunque suspendiera un carro. Porque era buena en lo mío: en inglés, en francés, en versión, en filosofía, en literatura y ya. En nada más. En lo demás era un desastre. Ellos lo asumían y en mi casa lo acabaron asumiendo también. 
En el Liceo me enseñaron disciplina, respeto, allí no consentían la soberbia ni la mala educación y el profesor que tragaba no solía ser francés. Eso me gustaba, de hecho la Courtine y el Manza eran mis preferidos. Una era seria y rígida como ella sola y el otro repartía galletas por doquier y aún así todos lo querían con locura. Eran adorables, se implicaban. Siempre y cuando no fueras un chulo maleducado, podías hacer de tu capa un sayo.
Me enseñaron también a pensar por mí misma, nadie me dirigía, nadie me imponía nada. Era todo muy libre. Eso sí, eras responsable de tus actos, nadie te regalaba nada.
Esa libertad que me daban llegaba al punto de que en física, el Bros nos dejaba a una amiga (tan perdida como yo) y a mí hacer los exámenes juntas, al lado de otra compañera que sabía un montón, siempre y cuando no la molestáramos al copiarnos, o hacer el examen entre varias... Me han llegado a dejar dormir alguna vez en clase de filosofía y, al repartir las hojas de los ejercicios, dejármela encima de la cabeza para no despertarme. Nadie me agobiaba, me dejaban absolutamente libre de elegir qué quería y qué no quería estudiar. Sin presiones, sin castigos, lo asumían completamente. Y nunca he tenido ningún trauma por mis escasos conocimientos de casi todo, no me considero burra, ni paleta, ni torpe. Soy capaz de relacionarme con normalidad en cualquier ambiente porque, cuando no sé nada del tema del que se habla, cosa que tampoco se da todos los días porque la gente no habla de los logaritmos neperianos ni va por la vida sumergiendo pesos en un fluido para ver la presión que ejercen vertical y hacia arriba, escucho y no necesito más. Me divierto igual.
Con mis hijos tengo manga ancha en los estudios, lo reconozco, trato de no agobiarlos y los entiendo perfectamente, aunque el sistema del colegio al que van es diferente y no les queda otra que aprobar. Pero veo sus exámenes y alucino y me enseñan sus libros y me horroriza pensar que tengan que estudiar todo eso, porque tampoco es que estudiar les apasione. No les presiono porque sé que no sirve para nada, porque adquirir conocimientos no les va a hacer ser más felices ni mejores personas.
Además, pienso ¿por qué se nos llena tanto la boca con lo importante que es trabajar en lo que a uno le gusta y, sin embargo, hacemos con los niños todo lo contrario? ¿Acaso ellos tienen menos derecho que nosotros a esa pasión por el trabajo o es que ese derecho se adquiere con la edad y no desde que naces?
Yo creo que los niños también tienen se merecen que se respeten sus gustos y sus pasiones.
Lástima que de eso no haya en los colegios.


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