lunes, 22 de febrero de 2016

Pre-ocupaciones


Es increíble hasta qué punto desconecto del trabajo cuando llego a casa, sea cual sea el marrón que haya. Ni me acuerdo. Así que he pasado un fin de semana de lo más tranquilo, haciendo cambios en mi casa (me encanta hacer cambios en la decoración) y quedando con la gente a la que quiero. 
Sin embargo, hoy, ya lunes, de madrugada, no sé por qué, me he despertado a las 3 y media y la cabeza ha empezado a ir por su cuenta. Se me han ocurrido un montón de desastres que podían ocurrir hoy al llegar al trabajo, la cantidad de cosas que me iba a pedir mi jefe y que no tenía hechas y que no tendría tiempo de hacer. Pensaba en todo lo que había dejado a medias el viernes y me iba poniendo cada vez más nerviosa y se me iba ocurriendo problemas nuevos, algunos incluso imposibles.
Y todo era querer centrarme en el ahora, decirme a mí misma que cuando llegara al trabajo lo solucionaría pero que, a esas horas y desde mi cama, era imposible poder hacer nada, así que lo más sensato era dormirme y descansar hasta que sonara el despertador. Pero todo esfuerzo por auto convencerme y tranquilizarme era inútil. 
He intentado poner la atención en mi respiración y eso ha funcionado más, he conseguido relajarme y, aunque no he vuelto a dormirme profundamente, no estaba tan nerviosa.
Y, entonces, suena el despertador y me ducho, me visto, pongo los almuerzos de mis hijos, bajo al perro y llego al trabajo. Y ni un marrón ni medio, todo perfecto, todo dentro de plazo, sin complicaciones... lo que es un día estupendo. 
Entonces, me acuerdo de Emilio Duró, que dijo que el 98% de las preocupaciones que tenemos nunca llegan a materializarse. Y me acuerdo de este verano, que me fui preocupadísima por una situación inevitable que se daría a la vuelta de vacaciones y nunca se dio.
Y me digo a mí misma que vaya manía tenemos los humanos de jodernos la vida imaginando situaciones drásticas, que, puestos a imaginar, ya podríamos imaginar cosas bonitas (aunque luego nos frustraríamos cuando no se dieran en realidad). Y me sorprende que el cerebro no distinga entre realidad y ficción porque yo, esta noche en mi cama, lo he pasado tan mal como si estuviera viviendo todo aquello que estaba pensando que iba a ocurrir, aun sabiéndome en mi casa, metidita bajo el edredón, "a salvo".
Se pasa tan mal y es tan inútil que, si pudiera pedir un deseo, pediría no volver a pre-ocuparme nunca más por nada. 
Nunca. Por nada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario