miércoles, 23 de marzo de 2016

Un camino sin renuncias

El perdón es un camino amable, en que no se te exige que renuncies a nada, porque la renuncia es sacrificio y el sacrificio sufrimiento. Por lo tanto, mientras sigas valorando ya sea una idea, una relación, algo material... no se te va a pedir que lo elimines de tu vida. Eso te haría sufrir y la sola idea de abandonar algo que valoras mucho da miedo. 
Sin embargo, los apegos irán cayendo solos, poco a poco. Y se irán sustituyendo por un amor incondicional hacia TODO. Entonces, el miedo remitirá y tú solo, sin esfuerzo, te verás desprendiéndote de aquello que tanto valorabas.
Y habrá ocurrido solo, sin darte cuenta y de manera natural, como todo lo que es auténtico, sin forzar. Y, al no haber sufrido, no habrá rencor en ti, solo amor y agradecimiento.

lunes, 21 de marzo de 2016

Pasión por el sufrimiento



Ahora que estamos en Semana Santa se hace más evidente que nunca lo sobrevalorado que está el sufrimiento. Tomemos como ejemplo a Jesús de Nazaret, un hombre tranquilo, revolucionario pero pacífico, que vivió 33 años, que intentaba enseñar al resto a amar, a respetar, a perdonar, a vivir en paz, a deshacerse de la culpa. 
Es verdad que tuvo seguidores y tuvo detractores, hubo gente que lo amaba y lo siguió hasta el final (traiciones y negaciones de última hora incluidas) y otros que lo odiaban y lo querían muerto, pero él iba a su bola. No intentaba imponerse, no utilizaba el miedo para dominar a los demás. Le daba todo igual porque lo tenía muy claro. Tan claro que cuando fueron a por él no se resistió lo más mínimo.
El caso es que este hombre, durante 33 años, fue feliz, tuvo infancia, adolescencia, juventud... 
Sin embargo, la imagen que tenemos de él en las iglesias, encima de la cama, colgada del cuello... en todas partes, es en la cruz, hecho polvo. 
Tiene narices la cosa: un breve instante de tiempo en el que Jesús estaba reventado, ensangrentado, perforado por todas partes y agonizando y es precisamente esa "foto" la que elegimos para recordarlo. No habrá momentos de su vida para representarlo más que ése...
Y es que, por lo visto, si no es así, no nos queda claro lo mucho que nos amó, tenemos que verlo agonizar. 
Lo  mismo nos pasa con el resto de los mortales: o sufres o no amas. Si quieres a tus hijos, tienes que sufrir por ellos, por si les pasa cualquier cosa, cuando salen, cuando los ves tristes, cuando ves que se aburren, cuando no les puedes comprar todo lo que quieren, cuando no les puedes dedicar el tiempo que te gustaría... El motivo da igual, tienes que sufrir. 
Con la pareja lo mismo. Si amas a alguien, tiene que notarse por la intensidad de tu sufrimiento, por tu miedo a perderlo, por tu dolor cuando lo pierdes. 
Con el trabajo, los amigos, la casa, el coche... nos pasa lo mismo con todo. O sufres o no sientes.
Y todo eso es más falso que Judas, es algo de lo que nos hemos querido convencer durante siglos, supongo que para no darnos cuenta de que sufrir no tiene sentido, no sirve para nada y no mide el amor, sino el apego, la necesidad. 
El sufrimiento para lo único que sirve es para meternos el miedo en el cuerpo y recordarnos, a todas horas, lo vulnerables que hemos acabado creyendo ser, porque así es más fácil que se nos manipule. Con una persona acojonada haces lo que quieras, es más fácil que obedezca.




domingo, 6 de marzo de 2016

El sufrimiento como creencia



Quien sufre por no tener pareja, cuando la consigue, sufre por la pareja que tiene. O por si la pierde.
Quien sufre por no tener trabajo, cuando lo consigue, sufre por el trabajo que tiene. O por si lo pierde.
Quien sufre por pensar que le falta algo, está apegado a la creencia de carencia. Y siempre le faltará algo, o temerá perderlo. Porque la felicidad es un estado interno, una sensación de calma y plenitud que nada tiene que ver con conseguir cosas. 

jueves, 3 de marzo de 2016

Tomates verdes fritos


Hoy, en un blog, he visto una cita sacada de una película que vi en su día y que entonces no entendí, así que tendré que volver a verla. Se trata de Tomates verdes fritos y, en ella, alguien dice: "Alguien me puso un espejo delante de la cara y te juro que no me gustó lo que vi. ¿Sabes lo que hice? Intenté cambiar"
Ese espejo no es un espejo tal y como lo entendemos normalmente. Ese espejo es otra persona, aparentemente separada de mí, con otro cuerpo. Es la persona en la que me miro, la que me saca de mis casillas, la que me enerva sin saber por qué. Porque todo eso que siento cuando me relaciono con esa persona solo existe en mi mente. No todo el mundo se relaciona con ella del modo en que yo lo hago, por lo tanto, en esa relación hay mucho de mí. 
A esto se le llama proyección. Y consiste en creer que hay en mí algo que es indigno o erróneo, algo absolutamente imperdonable y negarlo, ocultarlo, esconderlo debajo de la alfombra para no verlo, porque verlo me avergüenza, porque, si lo veo, me voy a sentir mal. La alfombra es el inconsciente y allí es donde mandamos de una patada todo lo que no nos viene bien sentir. 
Pero todo lo que está en el inconsciente algún día, tarde o temprano, vuelve. Es imposible escapar de mis propias creencias y fabricaciones, me acompañan allá donde vaya y me relacione con quien me relacione. El escapismo es una pérdida de tiempo. 
Y una de las formas a las que acude con frecuencia el inconsciente para poder manifestarse es la proyección, que es el arte de reconocer en el otro algo que previamente he creído ser yo y no puedo aceptar. 
Entonces, cojo al primero que pasa, alguien que tenga cierta apariencia de ser aquello que yo me he negado y la emprendo con él, proyecto en él ese defecto que no quiero mirar en mí pero que creo tener, o algún aspecto mío del pasado que no he podido perdonar y que me sigue avergonzando cada vez que lo recuerdo. Y la tomo con esa persona y, sin saber muy bien por qué, me pongo a parir cada vez que la veo, por mucho que me haga el propósito de mantener la calma. Es imposible, me saca de mis casillas por más que intente evitarlo. Y, además, solo me pasa a mí, al resto de las personas no les ocurre lo mismo, así que algo habrá mío en esta relación.
Tenemos dos opciones: o le echamos al otro la culpa de toda esa rabia que sentimos cuando estamos en relación con él o asumimos nuestra responsabilidad, miramos hacia adentro, que es donde está siempre el conflicto (al otro nos lo han puesto al lado para que nos muestre nuestro conflicto interno, es simplemente el mensajero) y, como en la cita, intentamos cambiar nosotros, nuestra creencia de ser erróneos, imperdonables, malos. 
Si optamos por la primera, aunque nos separemos de nuestro espejo, aparecerá otro que nos hará sentir lo mismo.
Si optamos por la segunda y decidimos aceptarnos, aceptar nuestra inocencia y dejamos de sentirnos culpables y avergonzados, iremos aceptando poco a poco también a ése que no podíamos ni ver, como por arte de magia. Y experimentaremos que de verdad el otro no existe, que siempre estamos relacionándonos con nosotros mismos.