martes, 26 de abril de 2016

En comparación a


Llevaba un par de semanas de infierno, metida en un bucle de pensamientos del que no me veía capaz de salir, nerviosa, preocupada... Y cuantas más vueltas le daba al asunto, queriéndome convencer de que en realidad no pasaba nada y de que mis preocupaciones no eran fundadas, peor.
He estado dramatizándolo todo, en el trabajo y en casa, hasta el punto de que el hecho de que mi hijo derramara la leche por la encimera me hacía saltar como una loca. Mis hijos lo han notado mucho, menos mal que ya estaban avisados de mi estado de nervios. Aún así, ver cómo les reñía por cualquier cosa, aún me hacía sentir peor.
Y, de repente, recibo un mensaje esta mañana diciendo que un amigo, padre de un amigo de mi hijo mayor y de una amiga de mi hijo pequeño, un amigo de ésos con los que no hablaba a menudo pero al que apreciaba mucho y con el que tenía muchas cosas en común, ha muerto esta noche.
Ayer, a las 20:30, estaba escribiendo en Facebook, recordando, con unos amigos, fotos de hace tiempo y, cuando lo vi, pensé que se le veía muy bien, pese al cáncer que le habían diagnosticado hará unos tres meses.
De repente, ya no me pasa nada, ya no estoy nerviosa ni preocupada. Me comparo a él, o a su mujer, o comparo a sus hijos con los míos y me doy cuenta de que me estaba comiendo la cabeza por una chorrada y de que ya me vale por perder los nervios y el tiempo con hipotéticas historias que no van a ningún lado. 
De repente, aunque mi situación es la misma, ya no la vivo igual. Por comparación. Porque ya he visto algo que sí me parece importante.
Y me da rabia esta forma de actuar, me da rabia necesitar algo así para darme cuenta de que no vale la pena desperdiciar el tiempo de esa manera, de que nada es lo suficientemente importante como para tenerme en permanente conflicto. 

martes, 19 de abril de 2016

La vida y los teleoperadores latinos


La semana pasada la dediqué a amargarme la existencia y opté por materializarlo en repetidas e insistentes llamadas al teléfono de atención al cliente de Ono-Vodafone.
No sabe nadie lo mal que lo pasé, porque me empeñé en que me tenían que mandar la grabación de lo que había contratado o, en su defecto, el contrato en pdf y no aceptaba nada que no fuera eso.
Perdí las mañanas y las tardes, casi enteras, al teléfono, empeñándome en algo que, a fecha de hoy, todavía no se ha dado. 
La primera llamada fue sosegada, pedí la grabación y me dijeron que tenía que pedirla por correo electrónico. Lo hice, pero me contestaron que me faltaba un dato. Lo envié. Entonces, por motivos técnicos, lamentablemente, no me la podían enviar. Hasta hoy, que siguen con sus problemas técnicos. 
En vistas de aquello, me empeñé en solucionarlo por teléfono, aunque me costara la vida. Y me iban pasando de un teleoperador a otro, en un bucle eterno. A todo esto, yo tenía un montón de cosas que hacer y, sin embargo, no podía evitar esa lucha. Me puse borde, impertinente, sumisa... Lo intenté todo. Hoy, sigo sin la grabación ni las condiciones de mi contrato. 
Y me he preguntado varias veces por qué no me daba de baja, pero es que yo quería la puta grabación, aún siendo consciente del sufrimiento que me estaba causando ese empeño. Porque contra un teleoperador latino es imposible. Y, a pesar de que suplicaba que no me pasaran con ellos, acababa teniendo a un latino de interlocutor. 
Hasta que el viernes, finalmente, me rendí y entendí que el único problema era yo. Que me había empeñado en algo que estaba claro que no podía ser y yo no lo quería aceptar. Y de ahí mi sufrimiento, de esta resistencia sin sentido. Porque un teleoperador latino de telefonía es como la vida misma: le da lo mismo lo que le pidas o cómo te pongas, te va a decir lo que a él le dé la gana, en un tono tan amable que incluso suena insultante. Y es que, cuando estoy cabreada con alguien, me da rabia que sea amable conmigo, quiero que entre al trapo.
Entendí que, o me daba de baja o dejaba de pelearme y aceptaba las condiciones de Ono Vodafone, pero que no valía la pena la mala vida que me estaba dando para conseguir algo que estaba claro que no iba a conseguir. Ellos tienen unos tiempos y el contrato lo tendré cuando a ellos les dé la gana, me guste o no. O lo tomo o lo dejo, pero no voy a poder imponer mis condiciones. Si no me gusta, solo puedo dejarlo, porque cambiarlo no lo voy a cambiar.
Pues así, justo así, es la vida. Y así de estúpidos nos mostramos nosotros cuando pretendemos conseguir de ella algo concreto y a ella no le da la gana. Porque la vida, insisto, es como un teleoperador latino. Y, a veces, con toda amabilidad, te va a decir, una y otra vez, que no, que te pongas como te pongas, no. Otras, claro está, te dirá que sí y todo se te dará enseguida y de manera muy fluida, sin esfuerzos, pero cuando te dice que no, o que ahora no es el momento, ya puedes ponerte como te dé la gana. Saldrás perdiendo.
Unos días después, parece que empiezo a ver la luz y que las cosas se van dando. Se den o no, ese empeño ya lo he soltado y mi paz ya no depende de cómo acabe esta historia, así que ya me da lo mismo. 
Una vez más, todo depende de mi actitud y no de lo que pase afuera.
Así que gracias, teleoperadores latinos, por la lección que me habéis dado. Espero que no se me olvide porque no me apetece volver a pasar por esto nunca más.

viernes, 8 de abril de 2016

La voluntad fragmentada


Aparentemente, en numerosas ocasiones, sufrimos porque dudamos acerca de qué debemos hacer. Nos hacemos una lista de pros y contras y aún así no nos decidimos. 
Esto pasa con el trabajo, cuando ya no te llena y por las mañanas se te hace cuesta arriba prepararte para otra asqueante jornada pero necesitas el sueldo para vivir y, sin embargo, tampoco buscas otra cosa que te guste más.
Pasa con los hijos, cuando sufres cuando les riñes pero tampoco quieres consentirles todos los comportamientos para que, el día de mañana, no sean unos tiranos.
Sufres por la pareja cuando ves que no es el/la compañer@ que desearías que fuera, cuando sientes que no te apoya pero, aún así, te da tal miedo perderl@ y quedarte sol@, que no te atreves a dejarlo.
En definitiva, sufres cuando tienes la voluntad fragmentada, cuando no sabes hacia dónde tirar y, sin embargo, crees que tienes opciones, que eres tú quien tiene que saber qué decisión tomar.
Lo cierto es que la única decisión que depende de ti es la de elegir, a cada instante, estar en paz o en conflicto. Solo eso.
Eliges paz cuando aceptas vivir lo que estás viviendo, aceptando que tu realidad es ésa, en lugar de decirle NO a la vida constantemente. Luego ya verás lo que haces, pero de momento estás viviendo esto que estás viviendo y solo tu resistencia te provoca sufrimiento.
Eliges conflicto cuando te resistes a tu realidad, cuando alimentas los pensamientos que te dicen que eso no debería estar pasando, que necesitas que eso cambie para ser feliz porque así es imposible y mientras estás bloqueado porque no puedes dar el paso que te lleve a cambiar tu situación.
Si las cosas tienen que cambiar, cambiarán, por eso no te preocupes y, si no tomas la decisión tú, la tomará otro porque lo que tiene que ser, será.
El único cambio que de verdad te puede sacar de donde estás ocurre en tu mente, en tu forma de vivir, de ver la vida, de relacionarte con todo lo que te rodea. Y ese cambio no puede llevarlo a cabo nadie aparte de ti mismo, requiere de tu voluntad y de tu compromiso.
Por lo tanto, a cada momento, la única pregunta que vale la pena que te hagas es "¿elijo paz o conflicto?" porque ése es el único camino a la libertad. Todo lo demás son parches que pueden incluso hacerte creer que solucionan tus problemas, pero es cuestión de tiempo.
Y, en esta pregunta, elijo paz o conflicto, no puede haber fragmentación: una excluye a la otra. Como pasa siempre que algo es completo y real.

miércoles, 6 de abril de 2016

Acallar al ego



El ego, ése que se hace pasar por tu amigo en determinados momentos, ese amigo adulador que te dice lo guay que eres, lo guapo, lo listo, lo bueno que estás, lo buena persona que eres, lo especial..., para así tenerte comiendo de su mano, es el mismo que te machaca cuando te ve flaquear. Porque el ego siempre te está juzgando, calificándote como bueno o malo a cada gesto. Vive en la dualidad y en la dualidad o eres bueno o eres malo. 
Y cuando, por ejemplo, llega un día en que estás hasta las narices de tu curro, o de tu pareja, o de tus padres, o de un amigo pero no haces nada por cambiar esa situación, sencillamente porque no puedes, porque estás paralizado, el ego aprovecha para decirte que eres un cobarde, que solo sabes quejarte, que no vales para dirigir tu vida y que los demás te pegan mil patadas porque sus vidas son mejores que la tuya. Y, para acojonarte más, te proyecta esa idea en el tiempo, convenciéndote de que a los 70 serás el mismo miserable que eres hoy.

Luego, cuando ya te ha martirizado con estos argumentos, cuando ya te sientes culpable por tu actitud, te recuerda toda esa gente que está peor que tú, que darían lo que fuera por estar en tu lugar, te bombardea con la idea de que eres un privilegiado que no tiene derecho a quejarse. Eres un cobarde insolidario y egoísta.
Todo esto se basa en la premisa de que podrías estar haciendo otra cosa distinta a la que haces, podrías estar solucionando tu situación pero no te da la gana. 
Sin embargo, eso no es cierto, no puedes. Ahora mismo no puedes. Si pudieras lo harías, pero no es así. No puede ser de otra manera, solo tienes que aceptar esta idea, sin pensar que se vaya a eternizar. Aceptar que estás paralizado pero que no eres esa parálisis, aunque, ahora mismo, no puedas. AHORA, no eternamente. No existe el tiempo, solo tienes este momento.
Y, en este momento, tu situación es la que es, así que deja de machacarte porque eso solo corrobora las falsedades que te dice el ego. Permítete actuar así y trátate con amor, porque la culpa no te va a servir de trampolín, solo te va a hundir todavía más en la miseria que crees que te rodea.
Manda a paseo al ego, cuando te machaque y cuando te adule, porque son las dos caras de la misma moneda. 
Ni eres especial ni eres un miserable. Eres perfecto, así, tal y como eres. 
Tan perfecto como los demás.