martes, 10 de mayo de 2016

Relaciones (máxime de pareja)


Empiezas una relación de pareja con la expectativa de encontrarte con algo (que la pareja te ame, que te respete,  que te cuide, que te admire, que te mantenga, que te limpie la casa, que cuide de vuestros hijos, o de los tuyos propios, que te haga compañía... cualquier cosa sirve) y precisamente eso es lo que no vas a encontrar, porque es la lección que debes aprender. Tú, no tu pareja. Y, si lo encuentras, no te va a llenar.

Y te frustras y la culpas de tu desdicha. Y crees que la relación ha fracasado y empiezan los resentimientos... Cualquier cosa antes de mirarte a ti mismo. Porque ella, tu pareja, no te ha dado lo que buscabas, porque lo que buscas, en resumen, es el apoyo incondicional, ése que buscabas en tus padres. Pero lo buscas desde la exigencia.
Lo que nos suele pasar desapercibido es que, eso que buscamos en el otro, eso que le exigimos, es precisamente lo que no nos damos y que nos sentimos incapaces de darnos.

Y es que la pareja es un espejo extraordinario en el que mirarse, pero también es la mejor distracción, si uno no quiere hacerse responsable de sí mismo. Porque la pareja te puede enseñar cómo eres, si te interesa descubrirlo, puede mostrarte tus necesidades y tus expectativas, pero también puedes irte por la tangente y echarle la culpa de todo lo que sientes, pensando que se debe a lo que te ha hecho y a cómo te ha tratado. 
Ni tu pareja, ni tus padres, ni tu jefe, ni tus hijos, ni nadie en este mundo te puede hacer daño si antes no le das permiso, nadie te puede faltar al respeto si no te lo faltas tú, pero tampoco nadie te va a amar si antes no te amas tú. 
Lo que pasa es que es más fácil exigirle a otro que haga por ti lo que te sientes incapaz de hacer y, luego, tachar a la vida de injusta, jugar a que no te mereces lo que te pasa, hacerte la víctima y pensar que la próxima vez buscarás mejor y que la próxima pareja te sabrá hacer feliz. 
Pero, mientras llega la próxima pareja, odias tu soledad. Porque esa soledad te impide buscar culpables fuera de ti, porque ahora solo estás tú, ya no está el otro, ése que te trataba tan mal, que te quería poco y que era injusto contigo. En soledad, eres tú quien se maltrata echando de menos, de nuevo, algo que ya no tienes, alguien a quien culpar. 
Eres tú, en soledad, quien te faltas al respeto pensando que te falta otra vez algo para ser feliz, que tienes, de nuevo, necesidad de mirarte en otro, de que otro te haga sentir bien, de volver a culpar a otro si no lo hace.
Sin embargo, esa soledad que tanto temes, te puede enseñar que nada de eso es real, que no necesitas a nadie, que el único trabajo que tienes que hacer es el de amarte, aceptarte, apoyarte incondicionalmente, a ti y a todo lo que te rodea. Entonces, podrás compartir esa sensación de plenitud con otro, en lugar de cargarlo con tus sombras, con tal de no verlas.

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