jueves, 11 de agosto de 2016

Nada significa nada

El mundo no tiene más sentido que el que le doy a través de mis juicios: justicia/injusticia; bondad/maldad; grandiosidad/insignificancia...
Realmente, si me retirara y me limitara a observar, nada significaría nada. Soy yo, por tanto, quien dota de significado a todo lo que ocurre fuera de mí. Sin mí, las cosas ocurrirían, sin más, vacías, objetivas, puros hechos que no implicarían nada, que no dolerían, que no alegrarían, que solo se darían.
Los mismos hechos, por cierto, que vienen ocurriendo desde que el mundo es mundo, mutando en la forma, sí, pero idénticos en esencia.
Los mismos hechos que seguirán ocurriendo cuando yo ya no esté. Ésos que antes estaban bien, porque así yo lo pensaba y que, ahora, están mal, porque ya no opino igual. 
El mundo que veo no es causa de nada. El mundo es el efecto y yo soy la causa, puesto que yo soy quien lo mira, puesto que yo soy quien lo juzga.
Porque, cuando abro los ojos y miro, miro con la mente y nunca veo lo que hay, sino que proyecto mis pensamientos en todo lo que observo.
Por eso, en función de cómo me levante hoy, el mundo será un lugar maravilloso o inhóspito. No es él quien cambia, soy yo.
Sin embargo, por no querer asumir esta responsabilidad, cada vez que detecto en mí algún tipo de sufrimiento, lo primero que hago es buscar un culpable, convirtiéndome así en esclava de todo lo que me rodea. Y me encuentro sufriendo por culpa de algo que me han dicho, que me han hecho, por culpa del sistema, porque los rusos me persiguen.
Pero no, si sufro es por el significado que doy a aquello que me han dicho, a eso que me han hecho, al sistema y a que creo que los rusos me persiguen.
Porque todo ello, por sí solo, sin mí, no significa nada.
Porque esa persona que lo es todo para mí en estos momentos, antes no era nadie y volverá a no significar nada.
Porque esto que me está quitando el sueño hoy, mañana será motivo de risas.
Porque siempre soy yo, siempre yo, la que decide a quién o a qué le entrego mi paz.
Hoy. Mañana, Siempre. 
Porque mi sufrimiento, sin mi inestimable colaboración, no puede manifestarse. 
Porque todo empieza y acaba en mí. 
Porque no hay nada allí afuera, siempre soy yo observando. Y todo lo que veo, todo lo que aparentemente me es ajeno, pasa a través de mis filtros, antes incluso de ser observado, y se convierte, en ese momento, en mío. 
Porque nada en este mundo me es ajeno.
Porque en el fondo, nada tiene el significado que yo le doy, como nada tiene el significado que tú le das.
Porque, en realidad, nada significa nada.


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