sábado, 17 de diciembre de 2016

La invulnerabilidad de la mente

Recientemente me he visto envuelta en un episodio en el que varias personas hemos sido engañadas por otra. 
Las reacciones han sido diversas, lo que demuestra, una vez más, que el meollo del asunto no está en lo que acontece sino en cómo cada uno se lo toma. 
Algunos nos lo hemos tomado con humor, hemos aprovechado para recrearnos y jugar.
Otros se han sentido ofendidos, dolidos, tristes.
Otros se han enfadado y mucho.
A otros les ha dado igual.
La cuestión es que, como hablaba con un amigo hace no demasiado, es imposible controlar lo que ocurre porque no depende de uno, pero sí es posible decidir cómo vivirlo. De hecho, el cómo lo vivo es lo que va a definirse como mi experiencia. 
Por supuesto que se requiere de un entrenamiento, pero cuando entiendes que enfadarse, en realidad, es pagar tú por lo que otro ha hecho, que el enfado te hace prisionero, que la ira te convierte en alguien que no eres y que todo eso se puede cambiar, entiendes que vale la pena.
Porque hay otra manera, claro que la hay. No es preciso reaccionar con sufrimiento, por pequeño que sea, a lo que otros hacen. 
Y la otra manera, sobre todo, consiste en el desapego. En no aferrarse a las ideas que nos dicen "esto no tendría que haber pasado, él debería haber hecho aquello que no hizo, las cosas deberían ser de otra manera, no así ". 
La otra manera implica reconocer que esos pensamientos están luchando contra algo contra lo que no se puede luchar: lo que está ocurriendo aquí y ahora. Implica reconocer que son esos pensamientos los que nos provocan sufrimiento, no lo que ocurre. Que los hechos, hasta que los juzgamos, son neutros. Somos nosotros los que decidimos, según lo que nos han enseñado, si algo es bueno o es malo. Si es doloroso o no. 
Pensar como lo hacemos no es algo natural, es heredado, fruto de la educación y la cultura. Por eso, por ejemplo, en algunas culturas la muerte no es motivo de tristeza y en la nuestra sí. 
Por eso, en algunas culturas es una desgracia que una mujer no se haya casado al llegar a cierta edad y otras no es relevante. Incluso en una misma cultura, todo varía en función de la época, como el divorcio, que pasó de ser un drama social a ser algo sin importancia.
Y cuando algo va cambiando de esa manera es porque no es real, porque es artificial, no es innato.
El caso es que, por naturaleza, nos enfadamos porque nos sentimos amenazados, como hacen los animales, porque nos sentimos atacados. No físicamente, pero sentimos que han atacado nuestra mente cuando, en realidad, la mente es invulnerable. Solo yo puedo atacarme a mí misma, mediante pensamientos autodestructivos tipo "he sido una estúpida, me han utilizado, he hecho el ridículo...". En esos casos, soy yo la que piensa esas cosas de mí misma y se provoca sufrimiento. Porque, mientras lo piensen los demás, no me afecta, me da lo mismo; el problema viene cuando lo pienso yo y además doy credibilidad a esos pensamientos.
Cualquier tipo de sufrimiento viene provocado por unos pensamientos a los que yo he decidido dotar de certeza. Y eso se puede cambiar.
Tan sencillo como sustituir los viejos por otros nuevos. Por otros más amorosos conmigo misma, que no me juzguen con tanta dureza, que no me culpen.
Tan solo eso.


                             

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